Cuando un intruso llega a tu vida (à traduire) |
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Hay muchos intrusos que pueden perturbar tu paz, personas que aparecen en tu vida, sin saber cómo, cuando todo está ordenado y en su lugar, son seres humanos que esconden secretos, personajes que llevan la sombra de un delito o de algún pecado inconfesable. ¿Qué hacer entonces? ¿Dejamos que entren en nuestras casas o llamamos a la policía? El mundo del cine ha tocado mucho este tema, porque siempre genera intriga y tensión, recuerdo, entre otras, Durmiendo con su enemigo, pero yendo al cine clásico hay una película de Welles muy interesante, The Stranger (1945) que merece nuestra reflexión. El filme se rodó en los estudios de la R.K.O., que, además se hizo cargo de su distribución y los decorados corrieron a cargo del colaborador de Welles, Perry Ferguson. La cinta toca el tema de un criminal de guerra nazi, Franz Kindler (papel interpretado por Orson Welles), que ha logrado ocultar su identidad y refugiarse en Estados Unidos, con la identidad de Charles Raskin, profesor de High School en la localidad de Harper (Connecticut), sino que también consigue casarse con la hija de uno de los jueces del Tribunal Supremo, mientras anhela reconstruir el partido nazi. Con estos mimbres, Orson Welles realiza una película intrigante, bien construida, con gran estilo y con la suficiente madurez para que todos los personajes cobren interés. No hay en esta cinta la relevancia del primer plano ni las tomas plano-contraplano habituales en Welles, ni tampoco un exceso de barroquismo, sino que predomina una intriga clásica, típica de cine negro, pero con aciertos interesantes en la interpretación de Edward G. Robinson, como el hombre que busca al criminal nazi, Loretta Young, como la esposa de Welles, o del mismo genio del cine, que interpreta con singular maestría a este hombre que pretende volver a crear el nazismo. Apoyado en la extraordinaria fotografía de Russell Mitty (el cual será el virtuoso fotógrafo de una de las grandes citas del genial director, Sed de mal) con una prevalencia de claroscuros y sombras inquietantes, Welles organiza la cinta como un filme de intriga, un film noir. No en vano, el gran Cabrera Infante, excelente novelista y crítico de cine, lo consideró "un melodrama gótico". Esta película tiene escenas memorables, como aquella en la que Konrad Meinike, después de encontrar al criminal nazi, le dice que debe olvidar la idea de volver a fundar un nuevo partido nazi, este le estrangula en un impecable plano secuencia que dura cuatro minutos. Vemos entonces que el gran director sigue siendo un virtuoso del cine, que sabe manejar la cámara, que conoce los entresijos de ese mundo de sombras que representa el cine negro y sin hacer una película tan marcada por los planos y sus contraplanos como las magníficas El ciudadano Kane o Sed de mal, logra ponernos en vilo y queremos saber más sobre el destino de este personaje que representa en la película. El guión fue escrito por Anthony Veiller (con la interesante colaboración de John Huston, que no figura en los títulos de crédito, porque se hallaba movilizado, aunque intervino en el guión) tras una adaptación previa del propio Veiller y Decla Dunning, a partir de una historia de Víctor Trivas, se trata, sin duda, de una película que surge tras acabar la Segunda Guerra Mundial y que pretende advertir sobre el peligro de cualquier totalitarismo, de la necesidad de denunciar a los extremistas que pueden llegar, como así ocurrió, a una guerra mundial. Hay escenas que estaban en el guión original pero que fueron suprimidas luego, como las imágenes que nos recuerdan el pasado del criminal, el paso de Meinike, en su búsqueda del Kindler por Argentina, donde contactaba con antiguos compañeros de este para que le diesen información sobre su paradero, ya sabemos el peso que tuvo este país como refugio de criminales nazis), incluso el principio de la película en el cual una mujer se levanta, va a la iglesia y contempla en su torre un gran reloj, donde se congregan todos los habitantes de Harper, donde se refugia Kindler. Curiosamente, estas imágenes que estaban en el guión, al principio de la cinta, se sitúan en su montaje final, en los últimos momentos de la película, lo que demuestra el peso que tuvo Welles al final de la película para organizar todo el material rodado. Sí hubo escenas que desaparecieron definitivamente, porque Welles, junto con el montador de la cinta, Ernest Nims, decidieron que no aparecerían en la misma, tal es el caso de la escena onírica en que Loretta Young, la mujer de Welles en la película, se desvanecía tras conocer que su marido era un criminal nazi, mientras el hermano de Mary (Loretta Young), Noah, aparecía suspendido de una escalera muy alta, mientras un perro ladraba a sus pies. De repente, Noah, se transforma en Kindler. La razón de esta supresión puede ser debida al mundo onírico que no está tan presente aquí como en otras películas del gran director americano. En definitiva, nos hallamos ante una película muy interesante, donde prevalece el estilo wellesiano, pero no hay alardes de la cámara, sí el claroscuro, el mundo de sombras, tan presentes en películas de cine negro. Se encuadra esta cinta en un cine de denuncia, antibelicista, que pretende decirnos que todo totalitarismo es un veneno que debemos erradicar, muy lógico en el momento en que se filmó la película, en 1945, al final de la Segunda Guerra Mundial. Debemos llevar cuidado con los intrusos, porque pueden ser muy peligrosos, es el mensaje que nos transmite Welles, no debemos fiarnos, muchos no son lo que parecen, una realidad muy presente cada día en nuestro mundo de la política y, sin ir más lejos, en nuestro mundo cotidiano. Pedro García Cueto |
![]() Citizen Kane
![]() Sed de mal
![]() The stranger
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