La mirada de Fritz Lang sobre el cine negro
Ha habido muchos amantes en la historia del cine, desde aquellos que invadieron nuestras emociones en las películas de cine negro, como la inolvidable El cartero siempre llama dos veces (1946) dirigida por Tay Garnett, donde John Garfield se enamora de una mujer de gran belleza, la siempre fascinante Lana Turner, en una historia en la que el crimen del marido es la malévola idea que vuela en la mente de la femme fatale, para gran tensión de todos los cinéfilos, el remake de Bob Rafelson rodada en 1981 no estuvo a la altura, pero sí hay que conceder a Jessica Lange y Jack Nicholson un gran poder de seducción, una sensualidad muy notable como en la famosa escena de la mesa, pero el cine de los amantes tiene también nombre de película española, Amantes (1991) de Vicente Aranda, donde el deseo de una mujer más madura (Victoria Abril) por un joven Jorge Sanz iba trazando la madeja de la sexualidad y de la perversión, mientras la otra mujer en cuestión, interpretada por Maribel Verdú, sufría la mentira de esa relación a tres bandas. Pero no quiero olvidar la escena de Monty Clift en el barco en la inolvidable Un lugar en el sol (1951) de George Stevens, donde la fatalidad entraba en escena y Shelley Winters caía al agua en un accidente mortal, mientras la bella Liz Taylor desconocía la doble vida del personaje de Monty. Pero Deseos humanos (1954) es una de las grandes muestras de la tórrida mirada de un hombre y una mujer, puro cine negro de la mano del gran director austriaco, la fisicidad de los personajes de Lang, cuyo destino está trazado por la adversidad. Deseos humanos es un remake de una película de Jean Renoir, al igual que Lang recreó la versión que hizo el cineasta francés de La golfa. La idea de hacer esta historia (la película de Renoir se llamó La bête humaine), dio unos estupendos frutos porque la película tiene la temperatura de un mundo claustrofóbico donde un grupo de personajes solitarios tienen que enfrentarse a la fatalidad de sus vidas. La historia está basada en un relato de Emile Zola, ya sabemos que el escritor francés se caracterizó por crear mundos depravados y por ser el adalid del naturalismo, escuela en la que se evidenciaban las peores características del ser humano. Por ello, la película rastrea en esos mundos sórdidos, ambientada en el mundo del ferrocarril, donde, como si de una metáfora se tratase, la vida pasa rauda, como los trenes, sin que podamos cambiar el destino que les conduce a sus lugares de llegada. Carl Buckley es un hombre anodino que acaba de ser despedido de su trabajo en el ferrocarril, tiene una joven esposa, Vicki, la inolvidable Gloria Grahame, que intenta interceder sobre un hombre influyente para que Carl recupere su puesto, lo consigue, pero Carl, invadido de celos, descubre que ambos fueron amantes en el pasado y decide asesinar a Owens. Entra en escena un ex combatiente de Corea (papel que interpretó el notable y atractivo Glenn Ford) y, después de ser seducido por Vicki, ésta le pide que mate a su marido. Al final, Ford abandona la idea. La marcha de ella, tras la negativa de Ford a cometer el asesinato, produce el malentendido de su marido, el cual cree que ambos han huido juntos, encuentra a su mujer y la estrangula. Podemos pensar, con un argumento así, que la bestia humana (siguiendo el título de Renoir) es el marido (interpretado por un excelente Broderick Crawford) pero, en realidad, se trata de la mujer, capaz de seducir a varios hombres, despertar los celos de su marido, la mujer es, sin duda, un ser malévolo que trae la tragedia a todos sus protagonistas. Los temas de Lang están en la película: el adulterio, la soledad, la violencia, la idea de la manipulación de unos seres sobre otros, etc. Sin duda alguna, los amantes son los grandes protagonistas de la historia, seres que viven al límite, porque la mujer esconde la perversidad de su mundo de traición, el deseo contenido para que Ford cumpla su objetivo, tan cerca de la historia de El cartero siempre llama dos veces, pero, en este caso, con el rechazo de Glenn Ford ante el delito, sin que ello evite la fatalidad de la parte final de la historia. Para Quim Casas, en su notable estudio sobre Lang en Cátedra, Signo e Imagen, la planificación de la película es envidiable, lo que demuestra que el cineasta vienés era un artífice del cine en todas sus perspectivas: "La planificación de Lang es determinante en este sentido: les dedica a Warren y a Vicki un plano medio mientras se abrazan por vez primera y, cuando inician su beso, acerca la cámara en corto y casi imperceptible travelling como si quisiera vulnerar ese aparentemente feliz encuentro amoroso". (p. 211). Por ello, la fatalidad está presente, es una película donde la inmensa soledad de los protagonistas no hace concesiones, ninguno de ellos tiene nada realmente, Carl quiere solo poseer como un objeto a Vicki, ésta desprecia a Carl (otro hombre sin atributos de la filmografía de Lang, siempre con las mismas características, poco agraciado, a veces violento, raro y celoso) y el personaje de Glenn Ford viene también de la soledad, de la guerra y del desencanto vital. Sí es, sin embargo, un hombre con conciencia, porque el deseo de tener a Vicki no le lleva al asesinato, sino que le refrena su criterio ético. Miguel Marías, el gran crítico de cine, también cita el tema de la fatalidad a raíz de esta película, cuando dice lo siguiente en un artículo de la revista Nuestro cine, perteneciente a octubre de 1969: "Como ese tren no puede salirse de su vía, los personajes languianos no pueden huir del destino implacable que rige y guía sus vidas". Cierto, porque la película se centra en la fatalidad de cada uno de ellos, en el fatum terrible que les lleva a ir perdiendo todo lo que tienen, como si estuviesen tocados por la mala suerte, los amantes son solo sombras que viven en el deseo de sus obsesiones, son seres que vuelan en el vacío, con el objetivo de cambiar sus vidas, si Vicki vive con un ser al que odia, el personaje de Glenn Ford siente que nada le ata a una mujer que siempre le llevará a la desgracia, que le traicionará en cualquier ocasión. Lang toca un último tema, el tren, lugar de paso, de huida, donde nadie se queda en realidad, porque el personaje de Ford se va como ha venido, no pertenece a ninguna parte, huye de cualquier compromiso, ser herido por la vida en esta fascinante historia del mejor cine de Lang. Nos queda la mirada perdida de una mujer insatisfecha, la violencia de un hombre que no conoce la educación ante la mujer (un inolvidable Broderick Crawford) y la soledad de un personaje que va de paso, que, con los rasgos serenos que siempre le caracterizaron (los de un notable y sereno actor clásico Glenn Ford), escapa de una mujer que no le conduce a la felicidad, una mujer herida por la vida, que sangra en cada rincón de su enorme frustración vital, en esta película que huele a poderoso cine negro, con el mejor antecedente literario, el mundo naturalista de Emile Zola, siempre perverso en su literatura, tan negra como la inolvidable cinta que hoy debe ser fruto de admiración para todos los cinéfilos. Pedro García Cueto
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