Lawrence de Arabia (à traduire)
La libertad es un concepto muy apreciado, ya que representa lo mejor que puede obtener un individuo, la posibilidad de actuar como uno quiere y donde uno quiere, la libertad también está limitada por el espacio que los demás necesitan, lo que lo hace un concepto valioso, pero muy cuestionable en realidad. El cine ha tratado este tema, en múltiples películas, desde algunas en las que aparece la palabra misma, como Grita Libertad (1987) de Richard Attenborough, sobre el fin de la esclavitud y el inicio de un nuevo mundo para los sometidos, hasta cintas tan valoradas como las películas sobre reclusos, quien no recuerda La leyenda del indomable (1967) de Stuart Rosenberg, con un genial Paul Newman o Evasión o victoria (1981) de Huston, donde el fútbol significa la metáfora de un mundo libre, sin que nadie sujete al individuo, ganar el partido en la película era también ser libre. O aquella hermosa película sobre África Nacida libre (1966) de James Hill, donde los animales representan lo mejor de un mundo cada vez menos libre, como el nuestro. Pero si hay una película donde el deseo de liberar a un pueblo se convierte en epopeya, esa es, sin duda alguna, la cinta fascinante de David Lean, Lawrence de Arabia (1962), rodada en Superpanavisión 70 mm durante dos años en Jordania, Marruecos y España. El director rodó material para una película de nueve horas (con escenas maravillosas del desierto jordano, con la música extraordinaria de Maurice Jarre, con la impresionante luz que Frederick Young fotografió, dando a la cinta una fuerza única que queda adherida a la piel y a la mirada de Lawrence, interpretado por un magistral Peter O´Toole. La base literaria fue la obra del arqueólogo y militar inglés Thomas Edward Lawrence, Los siete pilares de la sabiduría (editada en 1926, pero que su autor comenzó a escribir en 1919). La historia cuenta el deseo del militar inglés de liberar al pueblo árabe del yugo de los turcos. Fueron muchos nombres los que aparecieron en la novela, pero Lean decidió para la película sintetizarlos en dos para los militares ingleses, el general Allenby (Jack Hawkins), y el coronel Brighton, (Anthony Quayle, un gran actor inglés), dotando a algunos de ellos de mayor protagonismo, como el que tiene en la película Sherif Ali Ibn el Karish, interpretado por Omar Sharif, en la vida real su papel en la historia fue muy secundario, pero aquí es un amigo de Lawrence, un hombre que representa el mundo del desierto, bello y hermoso, hombre sereno, que se contrapone al carácter nervioso de Lawrence, a su afán desmedido de gloria, a su impulso narcisista de llevar la lucha hasta sus últimas consecuencias. No hay que olvidar el papel importante de Anthony Quinn, actor de raza como pocos, aquí retratando a Sheik Auda, jefe de una tribu de bandidos, que ayuda a Lawrence en sus propósitos, sin dejar de mencionar la gran interpretación de un actor de gran peso en el cine británico, habitual en el cine de Lean, Alec Guinnes, como el rey Feisal. El desierto cobra vida con la música que acompaña a la película, con los ojos de O´Toole mirando la inmensidad, mientras siente, cada vez más paranoico, que la libertad de un pueblo, bien merece su vida, la cual no es pasto del desierto, sino de un torpe accidente de tráfico posteriormente, en el comienzo de la película, que represente la fatalidad de la vida, su absurdo paso por las cosas. Es curioso que un hombre que ha llevado un ejército, un hombre que ha luchado con el desierto y con muchos hombres, muera de semejante manera, lo que enfatiza el carácter absurdo de toda vida y la necesidad, parece decirnos Lean, de dejar todo afán de superioridad, ya que nada vale lo suficiente como para resistirse a la muerte cuando llega. La libertad es tema clave, porque Lawrence lucha con todos aquellos que le impiden conseguir su objetivo, a través de un desierto claramente protagonista de la historia, verdadera simbiosis de Lawrence, porque este no para de mirar el desierto, hay en la escena en que llega Omar Sharif una sensación de irrealidad, como si fuese un oasis, para Frederick Young, la escena, hermosa como pocas, "fue como ver un mar en el desierto", ya que nos invita a acercarnos a una imagen borrosa de un hombre que poco a poco toma tintes de realidad, mientras las arenas del desierto parecen las olas del mar, a través de la reverberación luminosa que el calor ofrece, en una secuencia hermosa e irrepetible en el cine moderno. Lawrence tiene tintes míticos, lo es cuando aguanta la llama encendida de una cerilla en sus manos entre los oficiales, lo es cuando encuentra por primera vez al rey Faisal, ya que este le mira entre el humo, como si fuese una aparición, el Mesías prometido. Lo es cuando atraviesa Lawrence, en su camello, como un dios, el desierto de Nefud, travesía que emparenta al militar inglés con Neptuno, ya que surca el desierto, como si navegase en el océano, tal es la nítida visión bicromática de las inmensas panorámicas, separando el cielo y la arena, como si todo se llenase de azul. Lawrence irá perdiendo su luz a lo largo de la película, titán vestido de blanco, rubio como el oro, de hermosos ojos azules (O´Toole de dio al personaje una intensidad que estoy seguro no le hubiera otorgado otro posible candidato al papel, Albert Finney, quizá Brando hubiese sacado partido al personaje, pero nos hubiera alejado del mismo por la carencia de la elegancia inglesa que sí tenía O´Toole en cada secuencia). El personaje pierde su luminosidad cuando su epopeya ya no es justa, cuando la libertad pasa a un segundo plano y lo que triunfa es la ambición y la locura progresiva del protagonista. Lo vemos en el asalto al tren turco, Lawrence sube a los vagones, como si hubiese dominado el mundo, pero ya no lo vemos claramente, hay sombras que nos lo impiden, percibimos la sombra que deja, las botas, el contorno oscurecido de un ser que había alcanzado visos de eternidad. Cuando es apresado por los turcos, humillado y maltratado, descubre que no es un dios, que ha excedido su deseo de liberar un pueblo, ya que no lo ha conseguido del todo y no se la liberado del yugo de sí mismo, de su ambición y de su narcisismo. En Damasco el proyecto político de una unidad árabe fracasa, porque las tribus no son capaces de unirse en un Consejo Árabe que domine la ciudad en nombre de Feisal. Auda (Anthony Quinn) le pide a Lawrence que vuelva al desierto, pero él sabe que ya nada le espera, ha descubierto su esencia de hombre, su imposibilidad para ser un dios y el fracaso de su misión. La libertad, como la felicidad, es una quimera que el hombre persigue, cree el famoso militar inglés cuando se va de la reunión. La película que comenzaba con un Arthur Kennedy (periodista en la ficción) indagando sobre la vida de Lawrence, para dar paso a su vida en el ejército y su absurda muerte, nos recuerda a Ciudadano Kane, un ser que lo ha tenido todo, pero que realmente no tiene nada. La vida es, en definitiva, muy poca cosa, comparada con la inmensidad del desierto y la libertad absoluta que este tiene, mucho más allá de lo que los seres humanos piensen o sienten sobre él. Lawrence de Arabia se llevó siete Oscars (mejor película, mejor director, fotografía, decorados, sonido banda sonora y montaje), muy merecidos, pocas películas tan hondas y hermosas como esta magistral cinta de Lean, superior a Doctor Zhivago, pero afín en su deseo de contar una epopeya en escenarios majestuosos. La película sufrió cortes en su estreno en Londres el 9 de diciembre de 1962, ya que Sam Spiegel, el productor, la quería más corta para su estreno en Nueva York, pero en el reestreno en 1971 acortó aún más la cinta, en 222 minutos. Fue gracias al esfuerzo de Spielberg, Scorsese y John Davison el que la película recobrara, en 1989, la duración original, tal como la concibió David Lean, una obra maestra que aún sigue descubriendo la belleza del desierto, su grandeza y nuestra insignificancia, lección sublime para todos, sin duda alguna. Pedro García Cueto |
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