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Nueva York: Un verano de película(s) (à traduire)


   
Entre los altibajos de una cartelera que se calentó tanto como la ciudad en esta época del año, ha cabido destacar la presencia de films cuya diégesis representó un escape a las realidades de un mundo atenazándonos con la violencia de sus acciones. Por ello el público prefirió darse una tregua y, entre chapuzón y chapuzón en las playas de Long Island, acudió a las refrigeradas salas de los multiplexes para reír con las peripecias veraniegas de una tropa de boyscouts en Moonrise Kingdom de Wes Anderson, recorrer el agosto de la Ciudad Eterna con To Rome with Love de Woody Allen, devolverse al julio de 1789 para asistir a los últimos días de la corte de Louis XVI y María Antonieta en Farewell, My Queen de Benoît Jacquot , conocer la gigantesca mansión de una extravagante familia de billonarios en perennes vacaciones con The Queen of Versailles de Lauren Greenfield; y recobrar la magia de los cómics leídos en tardes junto al mar, a través de The Amazing Spider-Man de Mark Webb y The Dark Knight Rises dirigida por Christopher Nolan.
El film de Wes Anderson, que abrió también el último Festival de Cannes, nos trasladó al año de 1965, y a una isla en la costa de Nueva Inglaterra, donde dos pre-adolescentes pretenden huir de la aburrida vida suburbana construyendo su reino particular a la orilla de una playa inhabitada. La presencia del pop sesentero enmarcó, con ironía y humor, las aventuras de la pareja y su relación con el mundo adulto, al invertir la ecuación para darles a los niños una madurez de la cual sus mayores carecían. El complejo de Peter Pan motorizó entonces los pormenores de las relaciones entre padres, colegas, amigos, amantes, fluctuando entre lo ingenuo y lo absurdo, y espejeando la irrisión de los conflictos almodovarianos de la primera etapa del director manchego, a quien Anderson igualmente cita en la saturación cromática de la fotografía.
La frenética búsqueda de los jóvenes por parte de los padres, la patrulla policial, y la tropa de boyscouts a la cual pertenece el muchacho, dio pie a divertidas secuencias puntuadas por la agudeza del director para penetrar la psicología de caracteres, moviéndose entre la fábula y lo onírico a fin de crear un mundo aparte dable de protegerlos contra el exceso de una realidad que los sobrepasa. Ello como reacción a la pérdida de la inocencia, puesta a destruir las ilusiones y arrasar con la protección que, antes de crecer, la casa representa.
Aquí los lugares habitables, ya fueran tiendas de campaña, una roulotte, el faro desde donde se divisa la isla en toda su extensión, una vista de las estancias familiares cual si fueran los cuartos de una casa de muñecas, o la iglesia donde el contingente se refugia cuando llega una tormenta con ribetes de diluvio universal, actuaron como catalizadores de las relaciones, brindando cobijo a los protagonistas, y contrastando sus querencias con las de quienes, a pesar de tener la experiencia de los años, eran los que parecían realmente extraviados.
La cuidada cinematografía de Moonrise Kingdom, donde el director reprodujo fielmente la estética de los sesenta pero con la pátina de las instantáneas kodak, hizo de cada secuencia la página de un álbum fotográfico, idóneo para consignar la memoria de una época teñida de nostalgia hoy, ante la rapidez con que la intolerancia y los desmanes del poder acaban con los sueños de infancia.
Woody Allen igualmente presentó en To Rome with Love una visión idealizada de la ciudad, en las continuas panorámicas sobre los puntos más icónicos, puestos a enmarcar los encuentros y desencuentros de sus personajes. El cineasta, que en sus films más logrados hizo de Nueva York una metrópoli mitológica, en las últimas entregas de su prolífica filmografía ha desplazado la cámara sobre los centros europeos con el fin de desmitificarlos. Londres, Barcelona, París y ahora Roma se transforman en escenarios carentes de esa fricción entre la urbe y sus habitantes, imprescindible para hacerlas reales, a fin de constituirse en simulaciones por donde los protagonistas deambulan actuando una serie de sketches sin solución de continuidad.
El tapiz de situaciones encontradas del argumento evocó ciertas producciones italianas, constituidas por segmentos dirigidos por distintos cineastas, como Siammo donne (1953), Boccaccio 70 (1962) y Le streghe (1967). Y al igual que en ellas, el film de Allen combinó la farsa y la comedia romántica, con la cotidianeidad de caracteres caminando por calles, plazas, parques y balnearios, mientras monologan o dialogan acerca de la fragilidad de la existencia, el amor, el arte y la familia.
Penélope Cruz, calcando a la prostituta interpretada por Sophia Loren en el segmento de Boccaccio 70 "La Riffa", dirigido por Vittorio de Sica; Alec Baldwin, como el arquitecto y alter ego del joven Jack (Jesse Eisenberg), en sus remembranzas de la Roma que conoció en su juventud; Roberto Benigni, copiándose a sí mismo en La vita è bella (1997); y el propio Allen volviendo a interpretar al judío neoyorkino neurótico, protagonista de sus films más celebrados, movilizaron la historia, imprimiéndole energía y gracia a un guion que, por momentos, recuperó la agudeza del realizador de Annie Hall (1977) y Manhattan (1979).
La dislocación espacio-temporal utilizada en Midnight in Paris (2011) dinamizó las distintas historias, transcurriendo simultáneamente, aunque separadas cronológicamente; pues algunas tenían lugar en una tarde, mientras otras se sucedían a lo largo de varios días, e incluso meses. Esta elasticidad otorgó fluidez al collage cinemático, apoyado en un ágil trabajo de cámara que, si bien destacó el preciosismo urbano, no subrayó el carácter individual de cada personaje. De ahí que To Rome with Love perdiera los matices propios de los distintos protagonistas, en aras del trabajo de conjunto, cual constante de esta etapa en la producción del director.
Basada en la novela homónima de Chantal Thomas, Farewell, My Queen captó minuciosamente la claustrofóbica existencia de la corte de Luis XVI en Versalles, desde la perspectiva de Sidonie (Léa Seydoux), lectora de María Antonieta (Diane Kruger), durante los días posteriores a la toma de la Bastilla. Filmada en locaciones originales con gran exactitud histórica, esta película se constituye en una ventana en el tiempo, abierta a lo sublime y lo grotesco de un momento clave en el devenir de Francia y sus instituciones. Si bien el director no buscó reconstruir el tejido político, sino más bien exponer las intrigas palaciegas, y la humanidad de la reina, desde la interacción con Sidonie y Gabrielle de Polignac (Virginie Ledoyen), otra de las favoritas en su entorno.
La vena intimista y feminista que explora esta película tuvo en el trabajo de cámara su mejor aliado. El continuo uso del primer plano y la cámara subjetiva involucraron como voyeur al espectador, en los encuentros entre la reina y sus mujeres, al margen de intrusiones masculinas. Son ellas quienes, en los aposentos nobles o en las habitaciones de la servidumbre, movilizan la vida de palacio, creando una zona de interioridad donde todo quedó sutilmente sobrentendido: liaisons, rivalidades y complicidades. Pero no como sobreactuación sino como implosión de una feminidad que únicamente admite la mirada de su sexo sobre los sentimientos y el cuerpo deseado.
La cálida iluminación de los interiores donde transcurre la mayor parte del film, profundizó en la labor de bosquejar un perfil verosímil del mito histórico, acercándolo a su propia contemporaneidad y la nuestra. Ello sin idealizarlo, pues en la dirección de Jacquot, la reina adquiere una credibilidad desligada de lo artificioso, presente en versiones recientes como Marie Antoinette (2006) de Sofia Coppola. Bajo el resplandor de las velas o contra la luz filtrándose por los amplios ventanales, la soberana se cuenta a sí misma frente a Sidonie y junto a Gabrielle, haciendo de los libros, vestidos, bordados, accesorios y pedrería interlocutores activos en los intercambios de confidencias, promesas y declaraciones de afecto.
 "Las cosas que prefiero en el mundo, mis razones de ser, son las mujeres y los libros", apuntó el director en una entrevista, a propósito del estreno de la película en Nueva York. No en vano la literatura y las toilettes toman un rol protagónico en Farewell, My Queen, puntuando los amores y humores de la reina, y las ofrendas de las elegidas. Por eso Sidonie borda para ella una dalia donde hilvana los hilos de su ilimitada devoción, y Gabrielle se engalana con un traje verde esperanza, cuando intuye que María Antonieta está a punto de flaquear, ante lo inevitable de la revolución cerniéndose sobre la monarquía.
Como una mueca kitsch a la desproporción de la corte francesa, David y Jackie Siegel se abocaron a construir cerca de Orlando la casa más grande de los Estados Unidos, en un país donde las mega-mansiones están a la orden del día. Esta obra del frenesí económico, bautizada paradójicamente con el nombre de Versalles, constaría de 30 baños (el hogar de los antiguos reyes tiene 17), 11 cocinas, un estadio de beisbol, e incontables habitaciones donde la cultura del plástico y los muebles barrocos se combinarían alegremente.
Durante cuatro años Lauren Greenfield filmó la desmesura de los Siegel, hasta que el descalabro económico acabó con sus sueños de grandeza y la fortuna familiar. La casa, hoy en venta y en parte inacabada, se constituye entonces en una alegoría extrema al afán consumista y a la especulación incontrolada, que Queen of Versailles documenta, pero sin ridiculizar abiertamente a sus protagonistas. Únicamente mostrar el lugar de las esperanzas y deseos truncados, oscilando entre la compasión y la ira, dentro de una sociedad donde el valor de la gente se mide según el tamaño de su cuenta bancaria. Algo que, a la vista de los recientes reveses sufridos por las economías europeas, parece ser más bien el síntoma de nuestra época.
La importancia de este documental ha residido pues, en su efectividad para radiografiar las contradicciones de esta contemporaneidad, en tanto van desplegándose un sinfín de artículos de lujo: abrigos de piel, vestidos de grandes modistos, zapatos de marca, perros falderos que al morir permanecen disecados en los pasillos y salas de estar, jets privados, caviar. Todo ello desvaneciéndose después, para ser sustituido por los platos de comida rápida y los productos comprados en populosos centros comerciales.
El cambio de actitud de los protagonistas, también quedó plasmado en Queen of Versailles, especialmente de Jackie quien, a pesar de provenir de un estrato social medio, no puede entender cómo los autos de alquiler vienen sin chofer, cuando se ve obligada a prescindir de su limusina. Ello cual muestra de la alienación y falta de contacto con la realidad, de ese reducido porcentaje dable de controlar más de la mitad de la riqueza mundial y pagar menos impuestos que cualquier obrero.
Resolver las injusticias y acabar con los villanos ha sido siempre la meta de los numerosos superhéroes establecidos en el olimpo de los cómics. Y entre ellos, el Hombre Araña y Batman tienen un lugar privilegiado, no solo por su notoriedad sino por el número de películas y series televisivas que la mitología popular les ha dedicado.
The Amazing Spider-Man vino a ser la última de la lista, y ciertamente cuenta con los ingredientes esperados en este tipo de superproducciones: sofisticados efectos especiales, proyección en 3D, grandes despliegues escenográficos con una acción siempre vertiginosa, una dosis de edulcorado sentimentalismo, y la presencia inspiradora de la joven enamorada tanto del héroe como del antihéroe. Entre los encuentros y desencuentros del protagonista consigo mismo y los otros, Peter Parker-Spider-Man (Andrew Garfield) salva a la humanidad, al impedir que un científico especializado en genética (Rhys Ifans) transforme a los habitantes de Nueva York en reptiles.
Más allá de lo predecible del guion y la reiteración de situaciones tomadas de las versiones anteriores, resaltó la fuerte interacción entre el adolescente y sus afectos, y la manipulación de los miedos y carencias propios del grupo demográfico al cual va dirigido la película. De hecho la taquilla en films como este, depende fundamentalmente de los escolares en vacaciones, quienes la ven incluso más de una vez. Una estrategia comercial, iniciada con el inesperado éxito de Jaws, dirigido por Steven Spielberg, que por problemas de producción se estrenó en el verano de1975 convirtiéndose en un fenómeno mundial. Desde entonces este ha sido el modelo para las películas llegando a los teatros entre junio y agosto, independientemente de su valor estético; si bien es necesario apuntar que los grandes beneficios económicos del verano corresponden al cine de acción.
No es de extrañar entonces que The Dark Knight Rises haya liderado la recaudación en taquilla, no solo por la perfección con que encaja dentro del modelo de los llamados "blockbusters", sino por la tragedia que su estrenó desencadenó en un suburbio de Denver, cuando un joven mentalmente inestable empezó a disparar contra el público, matando e hiriendo a muchos espectadores. La combinación de sangre y adrenalina, tanto dentro como fuera de la pantalla, atrajo a un enorme contingente de todas las edades deseoso de satisfacer su curiosidad, y experimentar vicariamente el doble horror con que el film de Nolan ha enlutado las salas veraniegas estadounidenses.
Esta película cerró la trilogía sobre el superhéroe del director, y comienza donde The Dark Knight (2008) termina, cuando Batman-Bruce Wayne (Christian Bale) sale de su autoimpuesto retiro para acabar con Bane (Tom Hardy) un nuevo villano amenazando la ciudad de Gotham, y por ende la paz mundial. Y si la entrega anterior se centró en el terrorismo, el argumento aquí ha apoyado los movimientos de ocupación, al criticar los males del capitalismo en la figura de Wayne; ello desde los reproches que Gatúbela (Anne Hathaway) hace al elusivo billonario: "¿Pensabas que esto podía durar? ¿Cómo creías que ibas a vivir siempre en medio de tanta afluencia y dejar tan poco para el resto?", le recrimina ella, cuando se descubre una multimillonaria estafa de Wall Street, donde las empresas de Wayne parecen estar involucradas.
La yuxtaposición de espectaculares escenas de acción en IMAX con momentos de íntimos diálogos, mantuvo la atención del espectador; aun cuando las casi tres horas de duración restaron agilidad al conjunto, al alargar hasta lo indecible los numerosos plano-secuencia que movilizan la diégesis. Algo que no ha parecido sin embargo inquietar a la audiencia, en su afán de revivir las aventuras del superhéroe, y disfrutar de la oferta en cartelera durante los meses de verano.

Alejandro Varderi
Farewell my queen
Farewell my queen
The Amazing SpiderMan
The Amazing SpiderMan
Moonrise Kingdom
Moonrise Kingdom
The Dark Knight Rises
The Dark Knight Rises
To Rome with Love
To Rome with Love
The queen of Versailles
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