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"My name is Benjamin, Benjamin Button"
Un tanque de Hollywood de este calibre se prepara a fuego lento, sin dejar nada librado al azar. La pequeña anécdota fantástica de un hombre que nace viejo y vive en reversa toda una vida plagada de ironías y simetrías fue extraída de un cuento de Francis Scott Fitzgerald de la década del '20 y anduvo rondando las oficinas de diferentes productoras durante años, esperando la perfecta combinación de director, guionista, estrellas y desarrollo tecnológico de los efectos necesarios para la metamorfosis del protagonista. Al comentar esta película muchos mencionaron las similitudes con Titanic (el relato está a cargo de una anciana, que en su lecho de muerte cuenta la historia secreta del amor de su vida) o incluso con Amèlie (J. P. Jeunet, 2001), pero la que resulta imprescindible recordar es Forrest Gump (Zemeckis, 1994) dado que el guionista Eric Roth supo imprimirle a ambas su estilo particular, sus obsesiones y su ligera concepción filosófica sobre la vida y el paso del tiempo: al igual que en la película de Zemeckis la vida del héroe (un amable sureño con unas cualidades "diferentes") es excusa para un paseo visual por los grandes momentos de la historia de Estados Unidos durante el siglo XX, y la moraleja es siempre reductible a una lista de slogans que los personajes repiten a lo largo de las 2 horas '40 del film: "La vida es una caja de chocolates"(Forrest Gump) porque "Uno nunca sabe lo que le espera" (Benjamin Button) y si resulta difícil y "nada dura para siempre" la clave es la resignación: "you got to let it go" (debes dejarte ir). "Me siento como un barco flotante" es una de las primeras frases que escuchamos "Como una pluma en el viento", diría Forrest. El cuento inicia con la tragicómica situación del nacimiento; aquí el humor (así como durante la niñez de Benjamin) se basa en la comparación entre los achaques de la vejez y los caprichos de la niñez, así como en la tensión entre lo que se es (un niño-fenómeno con cuerpo de anciano) y lo que se quiere aparentar ante la pequeña burguesía local de mediados del siglo XIX. Para el Benjamin literario ser diferente implicó múltiples dificultades, tan estrafalarias como crueles (vive el rechazo desde que el médico lo recibe en este mundo hasta la vejez, en la que su propio hijo lo niega) y todas ellas van moldeando su carácter a fuerza de obstinación. En el film casi no hay espacio para el humor, excepto en algunos pasajes de la primera niñez-vejez; ser diferente resulta algo molesto al principio, pero la comunidad afroamericana y la comunidad de viejitos en el asilo (dos minorías incomprendidas) enseguida lo acogen. Por otro lado, el héroe no evoluciona, al igual que Forrest, nace bueno y amable, lo cual le permite vivir múltiples aventuras y hacer muchos amigos sin que la gente pregunte demasiado por su problema (si bien en el caso de Forrest esto resulta más duro). La vida del protagonista transcurre lineal, después de unos años de trabajo duro la providencia lo premia con una fortuna, una chica, una familia, y por último vagar por el mundo. Los momentos trágicos se alternan con los momentos felices, y estos últimos resultan situaciones meramente contemplativas (el silencio de la noche, espectaculares amaneceres digitalizados, etc.). Donde el cuento apuesta al humor y al extrañamiento la película apuesta al melodrama, al exceso: durante los primeros quince minutos se nos somete a una vertiginosa serie de golpes emotivos (dos madres que agonizan en sus camas suplicando sus últimas voluntades, un padre que amaga asesinar a su hijo recién nacido y finalmente lo abandona) sin moderación, sin economizar música dramática, actuaciones cargadas de patetismo, ni frases grandilocuentes. La definición del amor también es la clásica del melodrama: una coincidencia milagrosa pero obligada (esto se enuncia abiertamente en el film: la pareja funciona mientras sus edades 'coinciden' y deja de funcionar cuando estas se separan). Incluso una situación crucial en el melodrama, como es la revelación de la paternidad, se nos prepara dos veces: la economía de recursos no es, precisamente un principio constructivo para este tipo de tanques y la voz over explicativa será una presencia constante que no dejará ningún detalle por aclarar, cada personaje tiene su frase, su quotation, su enseñanza unívoca. La configuración del espacio también responde a este modelo: el interior de los Estados Unidos, la naturaleza (el campo o el mar) son los lugares de la pureza y sinceridad, la Nueva Orleáns de los negros buenos; mientras que la gran ciudad es el espacio de la perdición, para una chica inocente del Sur las luces de New York resultan atractivas, pero llevan a la confusión y a cierto descontrol (al igual que Jenny, la chica de Forrest Gump pero menos trágico). Al igual que para Forrest Gump la navegación es un viaje de iniciación, el agua es el espacio de la libertad, del aprendizaje y de la introspección.
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La guerra
La película inicia con una pequeña historia casi independiente de la trama principal: la del señor Gateau quien, luego de sufrir la muerte de su hijo en la primera guerra mundial, construye para la estación de trenes de Nueva Orleans, un reloj que funciona en reversa. Este prólogo resulta interesante porque es la puerta de entrada al filme, el relojero ciego se presenta como demiurgo, es el creador del artificio (la vuelta atrás en el tiempo, el detalle fantástico de la película) es quien levanta una cortina roja, nos da la bienvenida ("I hope you enjoy my clock") y explicita un cierto punto de vista ideológico: el reloj va hacia atrás "para que quizás los chicos que hemos perdido en la guerra puedan levantarse, volver a casa (…) y tener vidas plenas". Que una película inicie así en este momento de los Estados Unidos no es casualidad: la primera imagen que vemos de la guerra es la llegada de los cadáveres de los soldados. Más tarde viajamos con Benjamin hasta la guerra misma y ésta resulta una situación trágica pero no por ello menos espectacular e impactante. Sin embargo el punto de vista que le imprime este prólogo es el de los que quedaron en el país, la tristeza de quienes vieron irse a sus hijos y reciben los cadáveres desde tierras remotas. Inmediatamente comienza la trama principal, vemos el nacimiento del protagonista enmarcado en los festejos por el fin de la guerra, las banderas y otros símbolos empiezan a multiplicarse en una fiesta que se parece bastante a la de la asunción de Obama (si bien el filme se terminó en 2007 un año antes de la victoria electoral). El primer discurso sobre la guerra que escuchamos es pacifista (ojalá no hubiera habido tal guerra), sería necesario analizar qué tan "políticamente correcto" resulta, este mensaje a estas alturas en los Estados Unidos. ¿La guerra simplemente no debería haber existido? La película no se propone un análisis profundo sobre las responsabilidades, pero esto se hace más evidente en el tratamiento de Katrina. La muerte es una presencia constante, cada uno de los personajes se presenta y se define ante nosotros (y ante el protagonista) al confiarnos, súbitamente y sin tapujos, su experiencia de la muerte, la más cercana, más dolorosa o más reciente: Daisy niña recuerda la muerte de un hermano suyo bebé; la enfermera del hospital recuerda la de su padre, al igual que la esposa del embajador (el personaje interpretado Tilda Swinton), hasta el extraño señor Oti (aquel que lo conduce hasta la ciudad y los burdeles) hace su aparición enumerando las asombrosas muertes de sus esposas en el África salvaje. La muerte, en estos casos, aparece no como exceso y melodrama sino como una parte más de la vida y la vida parece más una sucesión de funerales que de nacimientos (esto último está más claro durante la primera parte de su vida en el asilo). Este y otros aspectos interesantes, los caprichos, simetrías y guiños propios de un guión estructurado con minuciosidad y detallismo hacen llevadera la duración del film y la sucesión de desventuras. Las tormentas también son una presencia constante en la historia a lo largo de la vida de Benjamin y el telón de fondo del propio relato de Daisy es un gran huracán que se acerca paulatinamente. Sobre el huracán en cuestión, la tormenta Katrina que devastó la ciudad de New Orleans en 2005, no hay mucha explicación la creciente actividad en el hospital para tomar medidas de seguridad es un elemento más para el clima in crescendo en la narración. La tormenta es una fatalidad inevitable que crece paralela a la muerte de la protagonista ("ya va a llegar, nadie sabe cuando" dicen desde el pronóstico meteorológico), es la desgracia imparable y ciega, es la muerte misma que finalmente arrasa con todo lo mundano (en las últimas imágenes a modo de epílogo vemos el agua llevarse el reloj que va hacia atrás, el corazón del artificio que dio vida a la historia, que llega así a su necesario fin) una especie de memento mori frente al que sólo resta la resignación. Una vez más vemos cómo la película se dirige hacia algunos de los sucesos políticos más recientes y sensibles en la opinión pública, pero sólo para abordarlos tangencialmente, sin tomar una posición para nada arriesgada, casi tan decorativamente como cuando escuchamos Twist and shouts y sabemos que estamos en 1964. Fitzgerald aportó una pequeña idea fantástica y curiosa, los guionistas lo condimentaron con melodrama y lo transformaron en una epopeya de tres horas sobre el nacimiento y desarrollo de una nación, estas fueron las consignas básicas para que la dirección pusiera en funcionamiento todas las posibilidades técnicas y visuales de Hollywood (que permiten, entre otras cosas la asombrosa metamorfosis de los protagonistas en el tiempo), así como el imaginario particular de David Fincher iniciado en los videoclips de los '90 y desarrollado en largometrajes como Pecados Capitales, (Fincher, 1997) o El club de la Pelea (Fincher, 1999). Esta vez con una estética mucho menos oscura, Fincher logra montar un universo visual espectacular, un cóctel de épocas y estilos y un ritmo en el montaje que hacen de El curioso caso de Benjamin Button lo que es: un eficaz y atractivo producto de entretenimiento.
Lorena Bordigoni |
  
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