Cuanto más se distancian de las realidades del momento y, como consecuencia, más se resisten a conformarse a ellas, menos adecuados resultan el arte y los artistas para actuar como baluartes defensivos del statu quo, y eso significa que es lógico que, desde el punto de vista administrativo, sean considerados inútiles, cuando no directamente nocivos.(1)
Corren finales de los años '50. Un ilusionista, acompañado por su conejo, una galera y unos cuantos trucos de prestidigitación, recorre los teatros de variedades parisinos donde se gana penosamente la vida. Su sencillo espectáculo cuenta con un número cada vez menor de espectadores, pues la atención de las masas jóvenes ha comenzado a ser captada por las entonces novedosas bandas de rock. El ilusionista decide trasladar su espectáculo a Londres, sin mejor suerte, y más tarde a un pequeño pueblo sobre la costa oeste de Escocia, donde es contratado por el propietario de un bar. Allí conoce a Alice, una joven empleada doméstica que cree ciegamente en su "magia". Alice se convierte, a partir de allí, en su razón de vivir y en su musa inspiradora. El filme animado de Sylvain Chomet es la puesta en imágenes de un guión escrito en 1956 por Jacques Tati. El guión había sido concebido por Tati para ser llevado a la pantalla grande en forma de largometraje con actores reales, idea que él mismo descartó tiempo después. Fue de hecho Sophie Tatischeff, su hija, quien entregó el texto a Sylvain Chomet, para entonces convertido en un realizador célebre de dibujos animados gracias a su primer largometraje Les Triplettes de Belleville (2003). El protagonista de la historia posee un llamativo parecido físico con Tati, lleva sus mismos trajes y zapatos, porta el mismo apellido: Tatischeff. Esto, sumado al hecho comprobable de que Tati comenzó su carrera en los años '30, montando espectáculos de mimo en los music halls, y que ya para finales de los '50 el público de cine había comenzado a perder interés en él, nos lleva a pensar en un cierto tinte autobiográfico. Innumerables son las referencias a películas de Tati en El Ilusionista, siendo la más evidente el fragmento fílmico de Mi Tío (1958) que Sylvain Chomet insertó dentro de un fondo animado. Todo un homenaje. Esa mirada nostálgica de un tiempo pasado, se refleja incluso en ciertos aspectos formales "retro". Si bien para la animación se utilizó un programa informático de última generación, el estilo de dibujo es un clásico 2D que hasta parece hecho a mano cuadro por cuadro, como en los primeros filmes de W.Disney. Los colores en la gama de los sepias recuerdan a las antiguas fotografías retocadas y el tipo de "pincelada" parece inspirada en las postales a la acuarela de comienzos de siglo XX. No hay diálogo sino palabras aisladas, pero sí hay ruidos y música, como en los filmes de Tati, que no eran silentes sino una forma nostálgica, única y personal, de rendir culto a los gags cómicos del cine pre-parlante. Lejos de ser sólo un nostálgico homenaje a Jacques Tati y a los tiempos del music hall, El Ilusionista se posiciona críticamente frente a nuestra moderna sociedad de consumo, en la que toda expresión artística libre, que no responda a una necesidad material inmediata, queda tristemente condenada a espacios reducidos como bares, fiestas privadas y teatros medio vacíos. Como acertadamente apunta Zigmunt Bauman en su libro "Mundo Consumo": "Los creadores de cultura necesitan a los gestores si lo que verdaderamente desean (como la mayoría de ellos, empeñados en "cambiar el mundo", deben desear) es ser vistos, oídos y escuchados para tener la ocasión de llevar a buen término su misión /tarea/proyecto. De otro modo, se arriesgan a caer en la marginalidad, la impotencia y el olvido."(2) Nuestro héroe prestidigitador se ve obligado, al igual que los acróbatas, el clown, los malabaristas y el ventrílocuo, sus vecinos de pensión, a sobrevivir de un arte en vías de extinción. Él no finaliza sus días con la soga al cuello, como el clown, ni se siente forzado por el hambre, a vender su cada vez más devaluado material de trabajo a una casa de empeño. Tras su renuencia a caer en las redes del mercado, a "venderse" trabajando para una firma publicitaria, decide continuar con su vida sacrificando al artista que hay en él. En términos de Bauman, estos artistas de variedades terminan cayendo en la marginalidad y la impotencia. Es justamente para evitar el olvido, que Sylvain Chomet ha realizado este filme-homenaje. Adriana Schmorak Leijnse
(1) Bauman, Zigmunt. Mundo consumo. Ética del individuo en la aldea global. Paidós, Buenos Aires, 2010. págs: 281-282. (2) Op.Cit. Pág. 284
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