El hombre de al lado
Argentina, 2009 Dirección y guión: Mariano Cohn y Gastón Duprat Intérpretes: Rafael Spregelburd, Daniel Aráoz, Eugenia Alonso, Enrique Gagliesi, Inés Budassi. Duración: 101 minutos Nota Cinecritic ![]() |
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El tándem responsable de cintas como el documental Yo presidente y el largometraje de ficción El artista vierte toda su ironía y mordacidad en la negra y dramática comedia El Hombre de al Lado. Un aclamado y reconocido film que ha desfilado con éxito por Sundance (Mejor Fotografía y Drama), Toulouse, Lleida, ganadora de seis premios de la Academia Argentina de Cine y una nominación a Mejor película Hispanoamericana a los Goya. Jugosa carta de presentación. Mariano Cohn y Gastón Duprat guionizan, dirigen e incluso fotografían con mimo el conflicto vecinal, cocido a fuego lento, sobre el que gira la trama. Una pared medianera que separa dos mundos, dos realidades antagónicas encarnadas por Leonardo (Rafael Spregelburd), un esnob y esteta diseñador industrial y Víctor (Daniel Aráoz), una suerte de macarra campechano e incómodo que abre una ventana en su lúgubre casa, ávido de 'los rayitos de sol que a Leo le sobran'. La consiguiente amenaza que eso supone para la intimidad del primero enciende la mecha, más aún tratándose de la Casa Curutchet, única vivienda realizada en América por el genial arquitecto Le Corbusier. Una joya acristalada que funciona como ostentosa pecera para Leonardo, su mujer e hija preadolescente y que acaba resultando un contundente personaje más. La cinta alberga profundidad, simbolismo (ya desde la apertura del film con un metafórico uso de la polivisión, los colores, y la luz a modo de lienzo viviente) y un marcado sentido estético-plástico. Maravillosa y bicéfala realización que destila fuerza, y en la que todo se orquesta hacia el calado, mesuradamente. La narración acontece entre reconocibles iconos del diseño: sillas Ghost, butacas de formas orgánicas y obras de arte conceptual, y en la que no se oculta cierta crítica sociocultural, económica y política más allá de la propia patria. Una puesta en escena que mimetiza, compara hombre y objeto, y parece preguntar entre susurros: ¿dónde queda lo humano cuando nos volvemos joyas, coches, casas? ; ¿Cuánto hay de mi persona en el vecino de al lado? ; ¿cuántas cosas más me separan de las que me unen al prójimo? La interesante y efectiva propuesta se sustenta en un excepcional lenguaje audiovisual lleno de bellos e imperfectos encuadres que rozan en ocasiones el arte y ensayo, aderezados con la música de Sergio Pangaro. Cabe subrayar de igual modo el arrojo de los realizadores al situar al protagonista en una posición de desventaja respecto a la simpatía del espectador e igualarlo a su némesis. Una brillante baza que obliga al espectador a vivir en primera persona su catarsis, un puñetazo con guante blanco directo al estómago, que sacude conciencias e invita a la reflexión más ácida y satírica. Soberbias interpretaciones de Spregelburd y Aráoz en un juego de espejos, falsas apariencias y pulsiones humanas en las que los propios miedos, miserias, acordes y desacuerdos aflorarán en un crescendo proporcional a la degeneración de los protagonistas. El dueto salva virtuosamente a unos personajes que de entrada pudieran parecer estereotipados pero a los que el resto de elementos arropan de modo creíble. Intensidad e incomodidad progresiva que encuentra su punto de ebullición en la constante sensación de peligro y tensión a la que arroja al espectador. Pudiera tacharse el final de algo forzado pero aún así impredecible, siniestro y sorprendente en alguno de sus múltiples matices, representando un cierre coherente con el guión y en el esplendor del conjunto: la separación del blanco y el negro inicial se fundirá en una amplia gama de grises. En definitiva, un recomendable largometraje de seducción lenta, del que costará apearse. Taida Nadales |
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