Era yo un niño casi, cuando mis pasos me llevaban a un cine de barrio, allá por el 83, un sábado por la tarde, en ese viejo cine de Madrid, proyectaban una película de mayores, con unos actores de gran renombre, Burt Lancaster, Sterling Hayden (perseguido en los años cincuenta en Estados Unidos por la caza de brujas), Robert De Niro, un actor en alza en aquel entonces, muy famoso por su papel del joven Vito Corleone y de Travis Bickle en Taxi Driver, el actor francés Gerard Depardieu, las jóvenes Dominique Sanda y Stefania Sandrelli, también el impresionante Donald Sutherland, entre otros. Vi la película titulada "Novecento", cinco horas en italiano con subtítulos en castellano y ya me di cuenta de la intensidad de esa epopeya de dos familias ante el advenimiento de la Italia fascista, dirigida por Bernardo Bertolucci. Me quedé tan impresionado que al salir del cine pensé que yo era ese hombre burgués que vivía intensamente el amor por la guapísima Sanda, pero la realidad siempre vuelve a uno y todo fue ese sueño del celuloide. Me interesó el director, cuando poco después pude ver "El último tango en París", demasiado niño para haberla visto en su estreno, la vi en los años ochenta en la Filmoteca. Tuve la sensación de ver una gran película, Brando sufría hasta el tuétano, había una tristeza en las escenas de amor como si fueran llantos, nunca me ha parecido el acto sexual más solitario y desprovisto de pasión porque eran dos seres amándose en su infinita tristeza. Cuando Brando recuerda a su mujer muerta y suena el saxofón, pensamos en una historia de sombras sin luces, un pasado hecho trizas, como si la vida fuese un tren que ya nunca volverá a pasar, la joven María Schneider dio ese toque provocativo al personaje que es humillado por Brando, porque también la cinta está llena de violencia y de abuso sexual. Creo que Bertolucci quiso filmar a dos seres que ya solo son animales, haciendo el amor en un apartamento vacío sin muebles, vestidos, como si fuesen dos fantasmas arrasados por la vida. La inocencia de ella es la perversión de él, solo contrarrestado por el pelmazo del novio de ella, un Jean-Pierre Léaud, que quedada herido para siempre por el cine con Truffaut. Bertolucci había filmado también "El conformista", basado en la novela de Moravia, latía en la película una sombra poderosa del pasado, en el personaje de Trintignant, acosado por el recuerdo de una violencia, ser ya inclasificable en su sexualidad, que vive su culpa a lo largo de la historia, la película iba creciendo, con esos rostros hermosos, pero ya viciados por el dolor y la miseria moral, también estaba Stefania Sandrelli, con su belleza exuberante. El director italiano sabía que ponía muy alto el listón para películas futuras y, en cierto modo, su cine posterior no me ha parecido suficientemente interesante, Soñadores es una película fallida, presuntamente poética, pero muy pesada en todos los sentidos, no hay belleza en los planos ni en los rostros de actores que ya no tienen el magnetismo de aquellos soberbios actores de antes. El último emperador sí es una película bien contada y muy destacable, en esa filmografía que ha ido decreciendo, como si yo solo recordase a un Bertolucci lejano, ese de La luna, con esa tristeza infinita de Jyll Clayburgh. Pero me quedo con "Novecento", "El conformista" y "El tango" y no me ha interesado nada más, como si ya mi memoria cinéfila fuese ya saciada. Recuerdo a aquel niño que salía del cine, ya casi adolescente, pero niño todavía como los de antes, que se pasaban muchas horas en soledad, pero se iban cultivando, lejos de todavía de la mediocridad impresionante de hoy día. Era un chico que se enamoraba de actrices francesas o americanas, que iba a ver películas de mayores, que aprendía de la vida a través del arte. Como si Bertolucci, ya enfermo, hubiese bailado su último tango, en su Roma, escucho una voz que me llama y me dice Alfredo, era Dominique Sanda, tan joven y tan guapa y, como si yo fuera De Niro (nada menos, otro sueño), me acercaría a ella en el pajar para hacerla el amor, el cine se cierra, hay un silencio último y todo acaba, adiós, querido maestro, se nos mueren los grandes.
Pedro García Cueto
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