Los escándalos de la actual administración norteamericana, con respecto a la influencia rusa en el resultado de las elecciones pasadas, y sus maquinaciones para anular el sistema de salud que, salvando enormes obstáculos en el Congreso, logró hacer ley el presidente anterior a fin de beneficiar a una gran parte de la población que nunca había podido tener seguro médico, han estado en primera línea de fuego durante el calor veraniego. Por eso una película como "La Fille Inconnue" de Jean-Pierre y Luc Dardenne, ha resultado ser tan actual, pues ejemplifica la diferencia entre un régimen corporativo de atención al paciente y uno socializado tal cual existe en Bélgica. Aquí Jenny (Adèle Haenel), joven y promisoria doctora trabajando para la seguridad social en Lieja, constituye el nudo argumental de un film en el cual se muestra hasta dónde la responsabilidad profesional puede llegar para resolver un determinado conflicto. La muerte de una joven de origen africano, quien en horas fuera de trabajo toca a la puerta de su consultorio buscando ayuda y, posteriormente, la doctora cae en cuenta de que, si le hubiera abierto, la muchacha probablemente se habría salvado, le crean un sentido de culpabilidad, llevándola a rechazar una posición más ventajosa en la medicina privada y haciéndole arriesgar su propia vida para llegar al fondo de aquella desgracia. Como una avezada detective, Jenny va atando distintos cabos hasta resolver el misterio. Ello la lleva por el submundo de la droga, la prostitución y las mafias, además de hacerle ver los fallos del sistema de salud. Un sistema que, aún en sus puntos más débiles, es muy superior al norteamericano. De hecho, la doctora realiza numerosas visitas a las casas de sus pacientes, lo cual le ayuda a encontrar al culpable indirecto de la muerte de la inmigrante; algo imposible de encontrar en los Estados Unidos, donde raramente se establece una relación cercana entre el doctor y los pacientes -que las empresas de la salud prefieren llamar clientes-, dado lo enrevesado, costoso e impersonal del trato. El uso de una cámara que privilegió los planos medios y los primeros planos de Jenny para hacernos participar de sus luchas internas y la compasión para tratar a sus pacientes, creó una situación de complicidad con la audiencia, al tiempo que le permitió a los cineastas mostrar una vez más su dominio del medio y su interés por destacar el heroísmo femenino mediante protagonistas extraídas de la cotidianeidad. Ello, espejeando el trabajo de otras actrices como Emilie Dequenne en "Rosseta" (1999), con la cual obtuvieron su primera Palma de Oro en Cannes, Cécile de France en "Le gamin au vélo" (2011), Gran Premio en Cannes y Marion Cotillard en "Deux jours une nuit" (2014), Palma de Oro en Cannes. Si bien el film no logró crear un retrato de la protagonista tan preciso y potente como el de estas producciones, la serenidad de Jenny tanto en escenas de alta tensión y dramatismo como en secuencias de gran intimidad, produjo un efecto hondo e intenso en el público, permitiéndonos igualmente reflexionar acerca de cuán importante es el contacto de una mano profesional amiga, cuando el mundo parece cerrarse sobre nosotros y hundirnos en un insondable abismo. Otra película de resonancias similares ha sido "Marie Curie" de la directora hispano-francesa Marie Noëlle-Sehr. Los años transcurridos entre los dos Premios Nobel de la científica, donde destacan la muerte del marido y colaborador Pierre Curie, y su relación amorosa con el colega y amigo de la pareja Paul Langevin, centraron los pormenores de la diégesis. En el ojo de esta directora, Marie Curie, interpretada con gran sensibilidad por Karolina Gruzska, emergió como una heroína segura de su talento y en control de sus emociones, sin temor ante quienes, muy sexistamente, querían impedirle el ingreso a la Academia de Ciencias, pues una mujer nunca había tenido tal prerrogativa en Francia. Aún tras obtener el Premio Nobel de Física en 1903, junto a Pierre y Henri Becquerel, la entrada estuvo vedada para ella, alegando que su aportación a los descubrimientos se limitó a ser la asistente de su marido. Ni siquiera al ganar en solitario el Premio Nobel de Química ocho años después cayó la ciudadela, pues coincidió con su relación con Becquerel, sugiriéndole incluso la propia Academia Sueca que declinara el Nobel para contener el escándalo. Ella no solo no renunció al galardón sino que estimuló en sus hijas el amor por la profesión y el orgullo hacia su sexo, llegando incluso la mayor a emular a la madre cuando compartió con su propio esposo el Premio Nobel de Química en 1935. Una cinematografía puesta a privilegiar los contrastes entre colores fríos y cálidos, buscando marcar la distinción entre la figura pública y la amante apasionada que también fue, así como el uso de entornos naturales dables de realzar lo femenino y las habitaciones en penumbra donde la protagonista se abandonaba al placer, tejieron un poético tapiz de sensaciones que hicieron al personaje más humano, desligándolo del carácter edulcorado y acartonado impreso por Greer Garson en la versión de 1944 dirigida por Mervyn LeRoy. Incluso en las escenas más dramáticas, Curie no perdió su mesura y voluntad para superar todos los obstáculos, convirtiéndose en inspiración de muchas otras mujeres, entre ellas la propia cineasta. En sus palabras: "A los diez o doce años me dieron un libro sobre Marie Curie y su ejemplo resultó fundamental para la vida que yo quería tener. Ella fue mi modelo. Porque no debemos perder de vista que, aún en Europa, no hay sino un 13% de científicas dedicadas a la investigación de alto nivel, aun cuando se diga que las mujeres están mejor dotadas para el estudio de las matemáticas". Otra película que exploró las encrucijadas del universo femenino ha sido "Sage femme" de Martin Provost con Catherine Deneuve (Béatrice) y Catherine Frot (Claire) en los roles estelares. El entorno médico quedó aquí apuntado a través del personaje de Frot, quien trabaja como partera, e indirectamente por el de Deneuve, al estar enferma de cáncer cerebral. De hecho Béatrice vuelve, tras 30 años sin verse, a buscar apoyo de Claire, la hija de un antiguo amante; pero, en una vuelta de tuerca, será ella quien acabará ayudando a la joven a afrontar sus particulares fantasmas. En la cámara de Provost, los encuentros y desencuentros entre ambas mujeres fueron punteados por la contraposición de paisajes urbanos y rurales, a fin de acelerar o ralentizar el choque de caracteres, e ir construyendo una zona de comunicación donde ambas pudieran quitarse las máscaras, y conducirse de una manera más natural y honesta consigo mismas y con la otra. De hecho Provost en "Séraphine" (2008), sobre la pintora Séraphine Louis, y "Violette" (2013) acerca de la escritora Violette Leduc, ya había demostrado su dominio del género de los "women's films", abordados con un detallado conocimiento de la psicología femenina, siempre acompañado por una cinematografía puesta a realzar las sutilezas del comportamiento de sus heroínas. En el caso de "Sage femme" ello se logró contrastando las personalidades de ambos caracteres, en un tour de force hecho de contenciones y profusiones, donde la represión de Claire y la extroversión de Béatrice actuaron como una imagen y su reflejo pues, en el fondo, ambos comportamientos resultaron ser estrategias complementarias de sobrevivencia, dentro de sociedades donde la mujer es siempre vista con sospecha y recelo por el contingente masculino, acostumbrado a imponer una visión del mundo, donde ellos serán el centro y ellas orbitarán a su alrededor. Esta visión quedó completamente descartada en dos de las películas que más comentarios han despertado en el verano neoyorkino: "Lady Macbeth" y "The Beguiled". La primera, dirigida por William Oldroyd, retomó el personaje shakesperiano en la figura de una Katherine (Florence Pugh) muy distinta a las del film de Martin Provost. De hecho, la joven esposa, encerrada en un castillo de la Inglaterra del siglo XIX y a merced de un padre y un hijo abusivos, no se doblegará a la violencia verbal y física de los hombres, sino que tomará el papel activo, siendo ella quien acabe asesinándolos y disfrutando abiertamente de su amante. Nuevos crímenes y extrañamientos la llevarán a vivir sola e independiente de todos en aquella mansión, logrando Katherine hacerse con esa habitación propia preconizada décadas después por Virginia Woolf, cual aspiración de toda mujer liberada y en control de sus sentimientos. Una cinematografía minimalista, donde cada objeto tenía un peso específico muy concreto, y el uso de una cámara que privilegió los primeros planos y planos medios de Katherine, hizo más descarnado y denso el espacio fílmico, resaltando la teatralidad de las interpretaciones y los ambientes. De hecho, Oldroyd, quien es director residente del Young Vic Theatre londinense y se ha destacado como director teatral y de ópera, llevó esta experiencia a la película, deconstruyendo el género y privilegiando la pasión sobre la contención, lo cual desafía el molde victoriano donde se ha tendido a encerrar el género de época. Las grandes panorámicas de paisajes desérticos y agrestes por los cuales Katherine camina sin compañía y decidida, constituyeron el fondo ideal para dibujar el carácter indomable de la protagonista, quien permanece no obstante intocada por las tormentas desencadenadas a su alrededor. La escena final donde, en plano de conjunto, ella se sienta en el sofá, en que tantos momentos de tensión vivió en el pasado, a esperar el nacimiento de su hijo como la continuación más de sí misma que de la estirpe familiar, condensó las preocupaciones más personales de la mujer de aquella época, idealizada por los romances del grueso de la literatura victoriana. Aquí, sin embargo, Katherine se acercó más bien a las heroínas más audaces y emprendedoras del género, presentes especialmente en las novelas de Jane Austen como Lady Susan; una mujer calculadora y denodada, a la cual Whit Stillman llevó el pasado año a la pantalla en el film "Love & Friendship", brindándonos igualmente un personaje lleno de matices y humores, dable de representar a la mujer en toda su complejidad. Y fue ciertamente "The Beguiled", dirigida por Sofia Coppola (premio a la mejor dirección en Cannes) la película del verano donde más elaboradamente pudo apreciarse el amplio registro de lo femenino, desde las distintas reacciones de un grupo de mujeres viviendo en un momento histórico similar al de "Lady MacBeth", pero en el sur de los Estados Unidos durante la Guerra de Secesión. El encuentro de una de las más jóvenes con un soldado enemigo herido, interpretado con gusto por Colin Farrell, a quien lleva a la decadente mansión donde ellas viven para curarlo, le sirvió a la cineasta para mostrar un crisol amplio de comportamientos, desde la inocencia a la sensualidad, pasando por, una vez más, la represión y la contención. Martha (Nicole Kidman), la propietaria de la casa sureña, quien planea sobre las demás protagonistas y dirige las labores de tratamiento del herido, será igualmente quien dé el visto bueno para, entre todas, deshacerse del mismo envenenándolo, una vez mostrada la personalidad explosiva del soldado. Edwina (Kirsten Dunst), por su parte, se aferrará a él para obtener placer sexual y huir de aquella prisión a la cual sin embargo está condenada. Carol (Elle Fanning) se adelantará a su tiempo tomando, ella también, el rol activo en el proceso de seducción que acabará desencadenando el drama. Basada en la novela "A Painted Devil" de Thomas P. Cullinan, la película fue llevada en 1971 a la pantalla por Don Siegel, con Clint Eastwood y Geraldine Page en los papeles principales. No obstante esta versión, en palabras de la directora, "me pareció muy rebuscada y pensé en que yo iba a hacerla de manera muy distinta". Efectivamente, si el film de Siegel objetualizó a las mujeres desde el ojo masculino, aquí ocurre todo lo contrario: es el hombre quien queda objetualizado por la mirada femenina. Una fotografía que citó la pátina de los daguerrotipos, confirió al film una atmósfera irreal tanto en las escenas interiores, como en los exteriores rodados al interior de la intrincada vegetación semitropical de una región del estado de Virginia. Con ello la directora logró construir un gran vitral de imágenes desleídas por el paso del tiempo y las capas de sentido que, de manera aluvional, se acumulan sobre la historia de las luchas entre el norte y el sur de los Estados Unidos. Unas luchas que no han cesado aún, dada la profunda escisión entre ambas geografías, donde racismos e intolerancias siguen vigentes y, en gran parte, son culpables de lo incierto del panorama político actual.
Por Alejandro Varderi
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La fille inconnue

Marie Curie

Lady Mac Beth

The beguiled

Sage femme
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