Burt Lancaster El centenario de un mito del cine
Nació en Nueva York el 2 de noviembre de 1913 con el nombre de Burton Stephen Lancaster, como uno de los cinco hijos de un trabajador de correos. Creció en el Harlem oriental o Harlem español y pasaba muchas horas en la calle, donde desarrolló su interés y su habilidad por el ejercicio físico y la gimnasia. Más tarde trabajó como acróbata de circo, hasta que una lesión le obligó a abandonar esta profesión. Durante la Segunda Guerra Mundial, Lancaster actuó en espectáculos del ejército. Aunque al principio la interpretación no le atrajo, cuando volvió del servicio militar intentó ser actor y recibió una oferta para un papel en una obra teatral en Broadway. No tuvo éxito, pero un agente de Hollywood se fijó en él y le consiguió, en 1946, su primer papel cinematográfico en la película Forajidos junto a Ava Gardner. En esta ocasión sí tuvo un éxito considerable, de forma que intervino al año siguiente en otras dos películas. Lancaster fue un actor que se hizo a pulso, intentando superarse en cada una de sus interpretaciones, y que aprovechó su buena apariencia física para abrirse paso en el ambiente hollywoodense. Al principio, los papeles que interpretó fueron predominantemente personajes de carácter rudo y directo, que acomodaban bien con su personalidad. A partir de allí, actuó en numerosas producciones, desde dramáticas y de intriga, hasta bélicas y de aventuras. Merece la pena recordar sus papeles más inolvidables, el hombre que cuida de los pájaros en El hombre de Alcatraz, un papel memorable por la tenacidad de su personaje, hombre rudo, pero dulce, hombre que entiende a los seres que le rodean, más que a los humanos. Pero grandes fueron sus interpretaciones en Veracruz, con la bella Sara Montiel, Trapecio, con Gina Lollobrigida y Tony Curtis, El tren, película de impactante fotografía, hermosa desde el punto de vista de su retrato social de una época muy dura. Lancaster nunca fue un actor convencional, sino una estrella, actor que dejó su sello de grande con Visconti, en dos películas memorables, El gatopardo, todo un monumento del cine, donde vemos su rostro como un lienzo de emociones o el profesor que turba la tranquilidad de su mundo de letras, al conocer a la familia extraña en Confidencias, viviendo la gran pasión por el ambiguo Helmut Berger. Pero Lancaster nos dejó su impronta de hombre de gran personalidad en su papel decadente de Novecento, como el patriarca de los Belinghieri, pero también su mirada hermosa, al contemplar a la muy joven y ya notable actriz, Susan Sarandon, en Atlantic City, una película que aún nos deja su aroma en las escenas en que Lancaster echa la vista atrás, con la sabiduría de los grandes, como el gran Newman en su magistral papel de Eddie Felson en El color del dinero de Scorsese. Cien años de Lancaster, actor de tantas grandes películas, si hay un papel con el que me quedaría de su muy extensa filmografía, sería el del hombre que cuida pájaros en El hombre de Alcatraz, por su dulzura y su amor a la vida, desde las rejas, por su ternura, equiparable a la del gran Brando en La ley del silencio, pero también recuerdo otro gran papel, pero también, por ponernos un poco más románticos, recuerdo su explosiva escena con Deborah Kerr en la playa en De aquí a la eternidad, aquella inolvidable película de Fred Zinemann, con un reparto de lujo, Montogomery Clift y Frank Sinatra, entre otros, sin olvidar a Donna Reed, bella actriz de aquellos años dorados del cine. Siempre volverá el gran cine y ahora, cuando Lancaster hubiera hecho cien años, murió a los ochenta y uno, recuerdo su gran talento, un mito del cine, sin duda alguna. Pedro García Cueto |
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