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La comedia en el cine


   
El apartamento (1960) es una película tocada con la genialidad de un director que siempre nos ha dejado películas inolvidables, ¿Quién no se acuerda de Jack Lemmon y Tony Curtis vestidos de mujeres en Some like it hot (Con faldas y a lo loco) (1959) o  a Charles Laughton en el papel del abogado de un Tyrone Power indeciso e inquieto por la sombra de su mujer, la Dietrich, en Testigo de cargo (1957), película basada en una novela de Agatha Christie, o, por poner un ejemplo más, el de una Audrey Hepburn que conquistó nuestro corazón para siempre, cuando bailaba con William Holden en Sabrina (1954)?  Pero podríamos poner más ejemplos, Lemmon de gendarme en Irma la dulce (1963) o Kirk Douglas como un reportero ambicioso en la excelente El gran carnaval (1951) o la magnífica Swanson como Norma Desmond (una actriz decadente) en El crepúsculo de los dioses (1950).
Pero si tuviera que escoger una y, además, manifestar qué películas me ha dejado huella durante décadas hasta convertirse en mi película favorita, diría que El apartamento, un hombre que, con el afán de ascender en su puesto de trabajo, las grandes oficinas, fiel espejo de la deshumanización de la América capitalista, deja las llaves de su apartamento a sus jefes, varios tipos que reflejan la mezquindad de un mundo que ya está cambiando.
Billy Wilder lo sabe bien, ya que construye una película ácida, amarga, incluso, pero con excepcionales momentos de humor, donde el americano medio (papel de Lemmon), con un nombre que ya nos sugiere la sonrisa, C. C. Baxter, va sufriendo las penalidades de su papel de celestina moderno: duerme en la calle, cogiendo un enorme resfriado cuando uno de los jefes necesita el apartamento, espera a su amada Fran Kubelik (adorable Shirley McLaine) en la puerta del teatro, sin que ésta aparezca, porque está con uno de sus jefes J. D. Sheldrake, a pesar de haber quedado con el sufrido Baxter.
La película está llena de detalles, desde los nombres, las siglas de los protagonistas como reflejo de una sociedad donde no importan los nombres, todos somos números (lo que me recuerda a Kafka y a los protagonistas de sus novelas: K. en El castillo, J. en El proceso), pasando por la deshumanización de la que hablaba antes (sólo Baxter se quita el sombrero al subir al ascensor, después de saludar a la ascensorista de la que está enamorado Fran Kubelik, los demás ya han entrado en la senda de la despersonalización), hasta ese juego de apariencias y verdades, como la imagen que proyecta un maravilloso e impagable Jack Lemmon (¿ha habido un actor en la historia del cine mejor dotado para imprimir comicidad y a la vez una inigualable tristeza?), que, para su vecino médico, es un verdadero espécimen sexual, ya que cree que todas las juergas que oye en su casa, con una paciencia pasmosa en nuestros tiempos, son fruto de ese donjuán que representa Baxter. En definitiva, la película planea, con maestría absoluta por muchos temas: la soledad, Baxter no tiene ninguna relación, ve en su casa una película (Gran Hotel, una clara referencia de Billy Wilder al mundo de las películas de los treinta, al igual que la elección del blanco y negro para una película de 1960), donde no para de haber anuncios (un reflejo del mundo fagocitado por la publicidad), hasta que quita el televisor, la ambición, Baxter lo es, pero siempre nos suscita la sonrisa, es un ser humano en una sociedad de seres calcados, sin personalidad, como sus jefes, infieles a sus mujeres, procaces, vagos, personajes que, aunque visten con trajes, demuestran lo que son muchos de los hombres de nuestro tiempo, seres anodinos y vulgares que no tienen nada que decir en realidad.
Y hay un tema que nos enternece, el amor, el fiel que siente Lemmon hacia McLaine, un amor que no cambia pese al plantón en la puerta del teatro, un amor que se manifiesta en la enorme ternura de hombre bueno cuando ella se intenta suicidar en el apartamento de Baxter, después de estar con el cínico Sheldrake (un gran papel interpretado por un actor de notable presencia, Fred McMurray). El amor es una lucha que mantiene Baxter, pese a que ella ama a McMurray, pero, poco a poco, empieza a entender que el único ser humano en la enorme oficina (otra metáfora de la impersonalidad del mundo moderno) es Baxter, un hombre auténtico, espontáneo, al que le vemos resfriarse, no dormir, tomar decisiones, como la final, inolvidable, cuando le da al jefe Sheldrake las llaves del aseo y no del apartamento, pese a que, con ello, pierde todo lo que ha obtenido y, por ello, será despedido.
Los demás, salvo Fran Kubelik  y el médico, son personajes estereotipos, seres alienados en una sociedad que no distingue unos seres de otros.
Si vemos la amargura de Baxter, cuando pasa toda la noche a la intemperie, mientras uno de sus jefes se divierte en su casa (geniales secundarios los jefes de Baxter en esta obra maestra: Ray Waltson como Joe Dobisch, , David Lewis como Mr. Kirbeky y Willard Watterman como Mr. Vanderhof), también vemos el humor, ese toque de genialidad de un director y un actor tocados con la gracia de los dioses: Lemmon haciendo los espaguetis en una raqueta, Lemmon haciendo llamadas ininterrumpidas para acordar las citas con sus jefes para que nadie coincida en el apartamento, Lemmon contando a McLaine una historia del pasado, para hacerse interesante, sobre un amor antiguo y una lesión que tiene en la pierna.
Los otros secundarios también son brillantes, como el médico, papel interpretado por Jack Kruschen, un hombre paciente y de verdad, lejos de la sociedad alienada que lo rodea.
Cabe decir también que la idea de la película surgió de la visión que Billy Wilder hizo de Breve encuentro (1945), la famosa película de David Lean, donde un hombre y una mujer se enamoran en una estación de trenes cuando van a Londres, ambos casados, lo que le hizo pensar a Wilder qué ocurría con el que se queda en casa, el que tiene que sufrir por la historia de esta infidelidad. Así se lo contó a Cameron Crowe en el interesante libro Conversaciones con Billy Wilder (1999).
La película recibió cinco Oscars de la Academia (sorprende que no lo ganaran Lemmon y McLaine por sus excelentes interpretaciones), entre ellos a la mejor película, al mejor guión original (I. A. L. Diamond, el genial guionista y gran amigo de Wilder), a la mejor dirección y a la mejor decoración (Alexander Trauner).
Wilder consideró El apartamento como su mejor película, por ese equilibrio entre el éxito externo, la fama y la satisfacción interna que le produjo (palabras recogidas de las memorias de Wilder Nadie es perfecto, editadas en España por Mondadori en 1993). Las críticas incidieron en señalar El apartamento como una película atrevida al criticar la sociedad y tocar el tema de la infidelidad de los americanos bien casados que tienen su lupanar en el apartamento de Baxter.
Para terminar, decir que la película está tocada por la genialidad, porque, en cada visión, vuelve a emocionar, sus personajes (sobre todo Lemmon y McLaine) nos dejan la sensación de ser nuestros vecinos, personas a los que conocemos y que desbordan humanidad y, en un plano más general, porque hace una crítica necesaria  a un mundo que debe recuperar los trazos y los hilos de una sensibilidad que el capitalismo atroz nos hace perder cada día. Cine, del mejor, mi película favorita.
Se han hecho muchas películas que han transcurrido entre fogones, como la muy reciente Sin reservas (2007), con Catherine Zeta Jones, películas que tiene como antecedente o, más bien, que copia en parte de la historia la más sutil y honda Deliciosa Martha (2000). Pero también hemos asistido a grandes momentos del cine en restaurantes, siempre recordaré la escena inolvidable de la gran película de Francis Ford Coppola, El padrino (1972), cuando Michael Corleone (Al Pacino en una interpretación portentosa) tiene que matar al comisario de policía y a otro mafioso que han atentado contra su padre, el inigualable Marlon Brando en una interpretación antológica como Don Vito Corleone.
Naturalmente, no voy a hablar de una película de tanta categoría, por centrarme más en la idea del restaurante como lugar de encuentro, como espacio ideal para el comienzo de una relación. Por ello, he elegido esta película de 1991, de Garry Marshall titulada Frankie y Johnny, con dos actores de verdadero lujo, el ya citado, Al Pacino, un actor que se consolidó con El padrino, pero que demostró su alto talento en películas tan recordadas como Tarde de perros (1975), dirigida por un director impecable, hacedor de grandes títulos en la historia del cine, Sidney Lumet o Justicia para todos (1979) dirigida por el gran Norman Jewison, sin olvidar un papel demoledor en una película maldita por su dura temática, A la caza (1980) de William Friedkin. Su carrera posterior ha seguido siendo muy brillante., pudiendo considerar a Pacino entre los más grandes del cine actual junto a De Niro, Hoffman o Nicholson.
La chica es la muy interesante y guapa, Michelle Pfeiffer, que nos deslumbró en Lady Halcon o en Las amistades peligrosas, en los años en que empezó en el cine, pero también tuvo un encuentro con Pacino en la muy notable cinta Scarface, subtitulada El precio del poder (1983) que dirigió Brian de Palma, donde era la novia del gánster.
Con dos actores así y acompañados de Kate Nelligan y Héctor Elizondo, entre otros, la película es una amable comedia que no desmerece de otros títulos del cine de comedia americanos, donde asistimos al encuentro entre un falsificador, Johnny, que ha pasado ocho meses en la cárcel por llevar a cabo un timo y Frankie, una mujer apocada y dolida por su fracaso con los hombres, donde adivinamos la herida en la mirada, su posición fuera de juego (como en la escena de inicio cuando la vemos en un autobús, con la tristeza en el rostro, luego la vemos en una fiesta familiar, oyendo la recriminación de la madre por no haber creado una familia, por no llevar una vida normal). Una mujer herida, por el maltrato del pasado, que rehúye a los hombres y un hombre extrovertido que viene de la ilegalidad, para buscar un empleo decente.
Johnny se ha dado cuenta de su pericia en la cocina de la cárcel y cuando llega a la cafetería restaurante es bien acogido por Héctor Elizondo, el cual le pregunta a su sobrina (que ha venido de Grecia) qué le parece el nuevo candidato, a lo que ella responde que sí, le gusta su cara. Elizondo le contrata, como si hiciese un buen acto, ya que, en su papel, viene que ha estado en la cárcel.
En un ambiente, donde vemos la familiaridad, los ancianos que frecuentan siempre la cafetería, un hombre como Johnny, irresistible en su simpatía y en su capacidad para conectar con la gente, triunfa con todos. Pero Frankie le rehúye, no siente ese apego que le muestran los demás, porque es una mujer que vive por dentro, que no acepta otra oportunidad en la vida.
Por ello, el restaurante cafetería es el escenario fundamental, porque se viven conversaciones, se fragua en él la relación que, por fin, irá cediendo, desde la camarera que, ya mayor, no acepta el paso del tiempo y sus achaques, hasta el joven latino que siempre habla con su chica por el teléfono. Todos son personajes amables, personas reales que viven una vida común y que no muestran en ningún momento desprecio a los desconocidos.
En ese ambiente, vamos comprendiendo que Frankie y Johnny son seres diferentes, pero que debe haber un resquicio para el amor. La solvente interpretación del gran Pacino dota a la película de especial atractivo, porque no podemos apartar la mirada de sus ocurrencias, de sus ojos grandes que invitan a la sinceridad y nos demuestra la bondad de un hombre que pudo equivocarse, pero que tiene nobleza en su interior. Michelle Pfeiffer está muy bien en su papel, preocupada por su trabajo, aislada del mundo, pero cada vez más atenta a las ocurrencias de su nuevo amigo, al que envidia por su don de gentes, a la vez siente una gran desconfianza hacia una persona sin heridas aparentes.
El simpático momento de la primera cita, cuando los amigos de Frankie le preguntan cosas, mientras ella se viste, demuestra que no está sola, pero que Johnny debe vencer un muro interior que impide a otros hombres, por las huellas del pasado, a acercarse a la chica. Las conversaciones entre ellos exponen la oposición entre dos formas de ver la vida, una, mirando para afuera, otra, para adentro, la de Frankie, claro.
El final es excelente, porque ella va abriendo su corazón y le invita a Johnny a compartir su cepillo, clara metáfora de compartir su vida.
Lo más interesante de esta historia es el progreso de la misma, como un hombre puede acercarse a una mujer en el lugar de trabajo, como se van filtrando las miradas, como se van sintiendo los latidos de ambos, envueltos en la soledad de sus mundos, de Johnny no conocemos nada, solo el aspecto que ofrece, su sociabilidad y su buen corazón para ayudar a los demás, a sus compañeros de trabajo, lo que también hace Frankie, una mujer hecha de sufrimiento, pero noble como pocas.
Queda la interpretación de Pacino y Pfeiffer en esta amable comedia, no es una gran película, ni pretende serlo, pero nos hace sentir mejor, porque, cansados a veces del cine duro y violento (como tantas veces ha protagonizado Pacino en películas ya citadas y otras que sería muy extenso enumerar), es bueno dejarse llevar por una historia con final feliz, como las de Frank Capra, por poner un ejemplo.
El restaurante, sus habitantes, como los miembros de una gran familia, van fraguando la historia, todos cómplices de esa apertura de los sentimientos de Frankie, de ese acercamiento a Johnny que todos deseamos en cada minuto de la película. Las historia paralelas de las camareras, los retazos de sus vidas que la película ofrece enriquecen esta amable cinta que será recordada por su genial pareja protagonista en una historia más entrañable y con final feliz que aquella que les reunió por primera vez, la violenta película de De Palma, El precio del poder.
El humor es importante en la vida y en el cine, en la vida porque nos salva de situaciones absurdas que no entendemos, pero en las que nos vemos abocados, pagar lo que otros tendrían que pagar, entender los debates de contertulios que nada saben de lo que hablan y tantos otros momentos de la vida en que el humor es fundamental: ante un atasco, una huelga de transportes, un choque con el jefe del trabajo, una discusión con la mujer o con los hijos, e, incluso, si somos capaces, ante la noticia de una enfermedad, si podemos afrontarlo así, claro.
Pocos temas tienen tan poco sentido del humor como la prostitución, con su fondo de proxenetas, droga y todo lo demás, por ello, he elegido esta película de Billy Wilder, magistral y  en estado de gracia para tratar el tema del humor, la inolvidable: Irma la dulce.
Irma la dulce fue rodada en París y lo más interesante de esta película es la concepción que Billy Wilder tuvo de no ser una película que le gustase, pese a haberse embarcado en ella.
La historia de Nestor Patou, un gendarme honrado al que se le asigna un distrito de París donde viven las prostitutas, el cual está siempre sometido a la falta de vigilancia de la policía que hace caso omiso al tema de la prostitución, siempre que se le dé dinero. Patou desconoce lo que ocurre y, al darse cuenta de la clandestinidad que ocurre en una casa donde pensaba que solo había clientes de hotel, inicia una redada, que acaba con un grupo bien nutrido de prostitutas en la cárcel, también detiene a los clientes, entre los que se encuentra el jefe de la policía que le destituye enseguida.
Patou vuelve sin trabajo al barrio, donde charla con el camarero que siempre inventa historias, el genial Lou Jacobi, de una forma casual se convierte en el líder cuando derrota al chulo de Irma, una prostituta que tiene buen corazón y que no se ha burlado de él en la célebre escena del coche celular, cuando todas las chicas, al ser detenidas, viendo la inocencia del gendarme, le empiezan a cantar: "Golondrina, dulce golondrina".
Lemmon, el actor fetiche de Wilder encarna a un genial Patou, que, desde el principio de la película ya nos hace sonreír, es un hombre solitario, inocente, un hombre que cree en la ley, incapaz de infringirla, muy lejos de los chulos que hay en el barrio parisino. La película empieza como si fuese un documental, con estampas de París y luego la mirada de Lemmon, como si todo se eclipsase al aparecer un actor dotado con la genialidad.
Patou se convierte en el chulo de Irma, hay escenas que demuestran la enorme ternura de Wilder, como aquella en la que Lemmon se acuesta con Irma (de nuevo, Shirley McLaine, pareja de El apartamento y aquí estupenda en su papel de fulana), y no quiere que ella le vea en ropa interior, la chica tiene que ponerse un antifaz.
Para Wilder, el cine es siempre inocencia, un lugar donde pueden tratarse los temas más espinosos sin perder la sonrisa y la ternura, como en esta película magistral.
Lemmon no quiere que ella vea a otros hombres, no puede ser realmente su chulo, todos son apariencias (recordemos la cantidad de apariencias que ya aparecían en El apartamento, Baxter pareciendo un don Juan, sin serlo, los jefes llevando una vida de engaños, con un humor muy poco divertido, el ruido del corcho en la botella de champán que parece un suicidio), por ello, decide trabajar muy duro en el mercado para inventar un personaje, un lord inglés que sea el único cliente de Irma, que no es otro que él mismo.
Se puede decir que la historia roza el absurdo, pero no que no tenga ternura, que no nos empuje a la sonrisa, a la mirada feliz de un mundo donde no hay nada sórdido, pese al tema que trata.
La soledad es otro tema que toca Wilder, son personajes solitarios, como Patou, cuyo único apego es al trabajo de gendarme, tras ser despedido, no se va con su familia, no la tiene y sí acaba en el lugar donde ocurrió todo (algo absurdo, si no analizamos con calma, ya que nadie volvería al lugar de su desgracia), Patou es un hombre tímido, que no ha estado con chicas (nos recuerda mucho a Baxter), un hombre que, fortuitamente, se convierte en líder cuando derrota al chulo de Irma.
También el camarero es un hombre solitario, siempre cuenta historias, pero nadie sabe si son verdad, su capacidad para fabular lo envuelve en el farsante, pero un mentiroso entrañable.
Y el papel de Shirley McLaine, la bella Irma, es una mujer solitaria que no conoce el amor y que vive con su perrito. Una mujer que está acostumbrada a servir a un hombre, sin entender que Lemmon no es capaz de utilizar a una mujer.
Podemos decir que la historia es absurda, que cuesta creer que Lemmon pueda ser un gendarme o la McLaine una prostituta, que la historia del Lord inglés hace aguas, pero no que la película no nos lleve a su terreno, no nos emocione y nos haga pasar un gran rato, disfrutando de una historia con final feliz.
La película estaba basada en un musical, pero sólo se respetó uno de entre los muchos números que tenía la obra en la que se basaba.
Wilder recuerda cómo mandaron un cura al plató donde se rodaba la película, pero éste disfrutó de lo lindo viendo a las chicas vestidas de fulanas, fue enviado allí para que no se excediese la cinta en algún tipo de inmoralidad, ya que, al final de la misma, había una boda católica (la de Patou e Irma) y quería ver que no se hacía burla de un rito sagrado.
Wilder no estuvo contento con la película, porque consideró que nada era verosímil, pero, olvidando la poca credibilidad de la historia, la película sí resulta divertida y bien hecha en su conjunto.
La obra de teatro en que se basó la película era de Alexandre Breffort, la música fue una delicia, gracias a André Previn, los decorados, de nuevo, del artífice de El apartamento, Alexander Trauner y el guión de Wilder y el genial I. L. Diamond.

Woody Allen: el rey de la comedia

El cine de Woody Allen es un canto de amor al séptimo arte, porque pocos directores nos han dejado en la memoria tantas referencias al cine, a la idea de ver películas como una ceremonia que enriquezca nuestras vidas.
El director norteamericano nació el 1 de diciembre de 1935 y empezó a ir al cine con tan solo cinco años, él nos lo cuenta así: "Y me quedé fascinado con las películas. Vivía en un barrio de Brooklyn de la clase media-baja y había alrededor de 25 cines a los que se podía llegar andando desde mi casa. Así que iba continuamente".
Como nos recuerda Jorge Fonte en su magnífico estudio de Woody Allen de Cátedra, Signo e Imagen, el ir al cine era una ceremonia, una especie de lugar de encantamiento, para enriquecer la vida: "El ir al cine se va a convertir en un efecto recurrente a lo largo de su filmografía. Como iremos viendo, el cine se utiliza como curación de todos los males y como escuela educativa. Supone momentos mágicos en su vida. Sus personajes van al cine en busca de una experiencia intensamente personal, y todos van a sentir su increíble admiración por las películas" (p. 109).

De guionista a cómico y director: el cine como referente fundamental

Woody Allen gana 20.000 dólares a la semana haciendo guiones cuando decidió dejarlo para ir a un club a contar chistes, lo que supuso un shock para la mujer con la que se había casado Harlene Rose, una mujer licenciada en filosofía, que sabía varios idiomas y que nunca comprendió la vis cómica de Allen. Se casó en febrero de 1966 con la actriz Louis Lasser, con la que se sintió más unido, pero que, según Allen, era muy voluble, teniendo momentos álgidos y algunos de cierta depresión.
Pero el cine le llega desde el mundo del guión, cuando escribe "¿Qué tal, Pussycat?", una comedia con Peter O´Toole y Romy Schneider de cierto interés. Pero el gran Woody llegó cuando dirigió, escribió e interpretó Toma el dinero y corre (1969).
El mundo del cine está presente en esta película que cuenta la historia de Virgil, un ladrón que tiene muy poco éxito en sus robos, la película de Stuart Rosenberg, La leyenda del indomable (1965) fue un referente cuando se ve una secuencia en que se contempla cómo se fugan unos prisioneros encadenados.
Pero es en Bananas (1971) donde hay una escena en la que podemos ver el Palacio de San Marcos y un cochecito de niño que cae por unas escaleras, clara mención a la famosa película de Eisenstein, El acorazado Potemkin (1925).
Los decorados de El dormilón (1973) se inspiran en películas tan famosas como Metrópolis (1927) de Fritz Lang, o 2001, una odisea del espacio (1967).
Pero la mayor parodia de esta acertada y muy divertida película (lo que confirma que el cine primero de Allen es más fresco y, a veces, menos trascendental que el de los ochenta y noventa), es cuando Miles Monroe, el protagonista que ha permanecido dormido mucho tiempo, debido a los efectos de una droga, tiene alucinaciones y cree que es Blanche Du Bois, la protagonista de Un tranvía llamado deseo, mientras Diane Keaton (una de sus musas esenciales en películas míticas como Annie Hall, por poner un ejemplo) le sigue la corriente y hace de Marlon Brando (Kowalski) en una escena, cuyo diálogo reproducen, de la película.
Pero no hay que olvidar las hermosas imágenes de Manhattan y la deuda que esta película tiene con otras cintas inolvidables, como en la escena en que Mary (Diane Keaton) e Isaac (Woody Allen) pasean por la noche en Nueva York, lo que nos recuerda a la hermosa cinta de Vincente Minelli Dos semanas en otra ciudad (1962), donde los personajes principales, un Kirk Douglas y una Lana Turner impresionantes, paseaban juntos en bellas escenas nocturnas. Pero está también presente un homenaje al maestro Billy Wilder, cuando Isaac va buscando a Tracy (Mariel Hemingway) al final del filme y sube las escaleras de su casa, como Shirley McLaine cuando se da cuenta de la bondad de Baxter (Jack Lemmon) en la magistral El apartamento.
Y aún hay más, el paseo de Tracy e Isaac por Central Park tiene como referente indudable a la famosa película de Fred Astaire y Cyd Charisse Melodías de Broadway 1955 (1953) también de Vincente Minelli.
Pero Woody Allen ha sido un admirador de Fellini o de Bergman realmente apasionado, por ello, en La rosa púrpura de El Cairo (1985) no podemos evitar comparar la relación que la soñadora Mia Farrow tiene con esos actores que se salen de la pantalla, cuando ella va al cine continuamente (como hacía Woody Allen) y se enamora del protagonista, con El jeque blanco de Fellini (1952), cuando el actor famoso se enamora de una chica que lo admira perdidamente.
Una de las película más divertidas y, a mi modo de ver, más logradas de Woody Allen fue Misterioso asesinato en Manhattan (1993) donde el genial director hacía un claro homenaje a una película mítica de Hicthcock, La ventana indiscreta, ya que la pareja formada por Woody y Diane Keaton sospechan de su vecino, al que creen un asesino, esa idea del voyeur que tiene la curiosidad de entrar en la intimidad de los demás está muy bien resuelta, con humor y misterio, por Allen.
Carol (Diane Keaton) es la que se obsesiona con la idea de que el vecino, un maduro empresario, ha asesinado a su anciana mujer. Paul, el presunto asesino (el actor Jerry Adler) nos recuerda físicamente a Raymond Burr, el asesino de La ventana indiscreta.
Woody Allen es precavido como lo era James Stewart en la película y la Keaton es atrevida en la línea de la adorable Grace Kelly de la película de Hicthcock.

La influencia del cine europeo en la obra de Woody Allen

Fue precisamente la magnífica Annie Hall (1977) donde Allen logra hacer un cine más filosófico, sin abandonar el humor, sino reforzado por esa divagación sobre la vida, la diferencia entre el director norteamericano y los realizadores europeos en los que se centra, Bergman, Rohmer, Antonioni, es el humor, ya que los últimos carecen de él, mientras que el cine de Allen juega con la ironía para reírse de la vida, de los problemas serios, para sobrevivir a través de la parodia de nosotros mismos.
Manhattan (1979) es un claro ejemplo de influencia de Rohmer, ya que, al igual que el director francés, Allen hace una película donde se habla continuamente, donde se divaga sobre la vida, al estilo del cineasta francés. Los paseos continuos de los personajes (también presentes en Annie Hall) por la ciudad de Nueva York nos conducen a un mundo donde la realidad, el marco escénico, la ciudad de los rascacielos, es una traslación de los fondos de la Naturaleza de Rohmer, donde los personajes hablan y dialogan continuamente, muy habitual en las películas francesas.
Para Allen, el cine europeo no ha perdido la importancia de los diálogos, los cuales sí han ido desapareciendo en las películas americanas modernas, ya que los grandes guiones, de Billy Wilder, de Herman Mankiewitcz, ya han desaparecido para siempre.
Como dice Jorge Fonte en su estudio sobre Woody Allen: "A pesar de esta clara e importantísima influencia rohmeriana, Ingmar Bergman y Federico Fellini van a ser dos de sus principales y más importantes puntos de partida cinematográfica. Ambos constituyen una fuente inagotable de ideas, temas y estilos" (p. 202).
Las referencias a Bergman aparecen en películas tan tempranas como Bananas, donde encontramos unos monjes medievales que nos recuerdan a los de El séptimo sello (1956). Y en la divertidísima La última noche de Boris Grushenko, Allen utiliza los créditos iniciales escritos en blanco sobre fondo negro, típicos del cine de Bergman.
También Bergman está en los temas de las películas de Allen, la idea de la pareja y el fracaso como resultado de toda relación está presente en Annie Hall o en Manhattan, pero donde más se aprecia el influjo del director sueco es en Interiores (1978), una película atípica de Woody Allen, por la seriedad que imprime a todo, donde el humor es escaso, los temas de la muerte, la incomunicación entre las personas, la duda ante la idea de Dios, etc, nos recuerdan claramente al mundo de Bergman.
Los hombres inseguros y poblados de dudas contrastan con mujeres fuertes que defienden su femineidad en un mundo de hombres, en la línea de las películas del director sueco. También Interiores toca el tema de una madre artista, como la madre de Sonata de Otoño (1978) de Bergman, donde la madre acaba suicidándose adentrándose en el mar, como la famosa poetisa Alfonsina Storni.
También Hanna y sus hermanas (1986) es una película que lleva el aliento de Bergman, la presencia de mujeres, sus conflictos, la incomunicación, el drama madres e hijas, son, sin duda, reflejos del mundo bergmaniano.
En definitiva, el cine europeo está presente en el mundo de Woody Allen, porque el amor por ese cine, donde lo importante es la historia, la radiografía del alma de los personajes, nos hace apreciar el esfuerzo de Allen por un cine de gran calado intelectual, donde el humor se filtra, en algunos casos, como un deseo de ironía ante la crueldad de la vida.

La música en sus películas

No podemos entender el cine de Woody Allen sin la música, la que adorna el comienzo de su última y notable film, Midnight in Paris, la que está presente en la mayoría de ellas, con el saxofón o el clarinete como fondo ineludible.
Por poner algunos ejemplos, recordemos Annie Hall en la que Diane Keaton canta, en un night club, It had to be you, en Manhattan, la música de George Gershwin acompaña toda la historia y las hermosas imágenes de la ciudad de Nueva York. En Stardust Memories, Allen se queda ensimismado en un momento de la película escuchando a Louis Armstrong cantar Stardust. En Hanna y sus hermanas, Woody Allen y Dianne Weist van a un night club a escuchar a Bobby Short cantar I´m in love again de Cole Porter. Los títulos de crédito de la película La rosa púrpura de El Cairo están acompañados por la canción de Irving Berlin Cheek to Cheek.
Son solo algunos ejemplos de la gran música que acompaña a sus películas, pero no hay que olvidar que, incluso, dirigió una película titulada Acordes y desacuerdos (1999) donde contaba la vida de Emmet Ray, un célebre guitarrista de jazz, interpretado por Sean Penn.
Y la música clásica aparece en películas tan famosas como La última noche de Boris Grushenko, con la música del compositor soviético Prokofiev o La comedia sexual de una noche de verano, con música de Mendelssohn. Sin olvidar que en Hanna y sus hermanas podemos escuchar piezas de Bach o de Puccini.

Woody Allen: un talento extraordinario

Pocos directores han dejado la huella de un cine hecho con los mimbres del humor como Allen, nadie puede olvidar la imagen del director-actor vestido de espermatozoide en Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar (1972), otra escena inolvidable es la de Gene Wilder enamorad de una cabra en otro sketch de la película, o la mirada alucinada de Allen en El dormilón (1973), sin olvidar el humor que corre por todas las escenas de la excelente Toma el dinero y corre (1969).
Su cine más actual también tiene un humor fresco, acorde con una mirada a la vida envidiable, hecha con ingenio e ironía, por poner un ejemplo, me quedo con Desmontado a Harry (1997) donde la llegada de Harry (un escritor de prestigio) al homenaje que le van a dar en la Universidad Adair College con una prostituta es antológico. Tampoco podemos olvidar Annie Hall, donde Allen tiene que matar una langosta en casa de Annie, todo un prodigio de humor.
Allen es autor de un humor trágico como el que sobrevuela en Match Point (2005), una historia de arribismo y de codicia, en la línea de las mejores obras de Shakespeare.
Para concluir, diré que siempre he disfrutado con el cine de Woody Allen, sean obras menores como Scoop o Granujas de medio pelo, o mayores como Manhattan o Annie Hall. Su última película, Midnight in Paris, nos hace soñar, de nuevo, con otro tiempo, el París de los años veinte, porque la vida para el director norteamericano y, para nosotros, no sería nada sin la capacidad de soñar, sin la posibilidad de inventar cada día nuestras vidas. Que, por muchos años, nos siga sorprendiendo el cine de este maestro de la comedia, el rey de la comedia.

Pedro García Cueto


Filmografía esencial

Toma el dinero y corre (1969), Bananas (1971), Sueños de un seductor (1972), Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar (1972), El dormilón (1973), La última noche de Boris Grushenko (1975), Annie Hall (1977), Interiores (1978), Manhattan (1979), Stardust Memories (1980), Zelig (1983), La rosa púrpura de El Cairo (1985), Hanna y sus hermanas (1986), Días de radio (1987), Septiembre (1987), Delitos y faltas (1989), Maridos y mujeres (1992), Misterioso asesinato en Manhattan (1993), Balas sobre Broadway (1994), Poderosa Afrodita (1995), Desmontando a Harry (1997), Acordes y desacuerdos (1999), Granujas de medio pelo (2000), La maldición del escorpión de jade (2001), Melinda y Melinda (2004), Match Point (2005), Scoop (2006), Cassandra´s dream (2007), Vicky Cristina Barcelona (2008), Midnight in Paris (2011).

Cine y comedia: la alegría de vivir

Necesaria esta aproximación al cine y la comedia, porque es necesaria la alegría de vivir, el resplandor de esos momentos que nos han hecho disfrutar tanto, con un toque de tristeza, como en El apartamento o de enamoramiento como Frankie y Johnny o la inolvidable Irma la dulce, donde el cine de comedia cobra relevancia porque un tema como la prostitución es tratado con respeto y alegría, sin duda alguna, la gran comedia actual está representada por Woody Allen, grande como pocos, donde el cine sabe encontrar su mejor lugar para la ironía, sin dejar de sonreír, en tantas películas inolvidables del genial cómico, pero me quedo con uno, Toma el dinero y corre, cuando la pistola que ha fabricado empieza a derretirse en sus mismas manos, porque la vida también se derrite en las nuestras y más si nos tomamos todo con sentido del humor.
Capra, Lubitsch, Wilder, los grandes cómicos clásicos (Chaplin, los hermanos Marx, Harold Lloyd, Buster Keaton, etc) siguen siendo los mejores representantes de la comedia y, sin duda, los mejores embajadores para una sonrisa, la que debemos tener ante cualquier momento de nuestra vida.
Bananas (Woody Allen)
Bananas (Woody Allen)
El apartamento (Billy Wilder)
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Frankie y Johnny (Garry Marshal)
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