Erotismo en el cine
El cine de los setenta tuvo una gran repercusión, por el cine erótico que tuvo gran protagonismo en esa década, con películas de calidad como Portero de noche o El último tango en París, pero también con apuestas de refinado erotismo como la famosa saga Emmannuelle o Historia de O, una película sobre el sadomasoquismo que tuvo también mucha repercusión en la década de los setenta. Portero de noche: la cinta de la polémica Ver, de nuevo, Portero de noche, de Liliana Cavani, supone una especie de deslumbramiento, por la carga erótica de la película, a la cual se une la gran interpretación de Dirk Bogarde, como Max, el antiguo nazi, en esas escenas donde podemos ver su mirada obsesiva sobre una mujer judía, papel interpretado por Charlotte Rampling (muy delgada en la película) en aquella época tormentosa del nazismo y de los campos de exterminio. El reencuentro posterior entre ambos, en un hotel de Roma, siembra la carga erótica de la película, donde vemos a víctima y verdugo en un juego de poder que ambos han establecido, donde Max se niega a desvelar a sus antiguos amigos nazis la presencia de la joven, de la que siempre estuvo obsesionado. La fuerza interpretativa de los dos actores, el enrarecido clima de la película dota a esta cinta de una especial carga erótica que, quizá, el tiempo ha ido horadando, pero que conserva todavía cierto poder de fascinación. Fue en esa década cuando se hizo Salon Kitty, Calígula (ambas de Tinto Brass) rayando ya en lo pornográfico, la primera sobre los nazis, la segunda sobre el famoso emperador, pero Portero de noche aún conserva cierta distinción, cierta calidad, frente a esas películas ya más mediocres. El último tango en París: una devastadora historia de sexo y soledad Volver a ver El último tango en París de Bernardo Bertolucci sigue siendo una experiencia que nos evoca una época del cine donde los actores tenían una especial relevancia, ya que mirar a Brando frente a una desconocida, en aquel piso vacío donde hacen el amor, donde mantienen una extraña relación sin conocer la vida el uno del otro, nos envuelve en una fascinación especial. El genial actor borda un papel que nos deja desolados, un hombre deprimido por el suicidio de su mujer, por una vida difícil, envuelta en sombras, por la fatalidad de un rostro hermoso, pero herido por la vida. El sexo es la comunicación que establece Paul con Jeanne (interpretada por María Schneider, aquí antológica en una interpretación rebosante de sensualidad), el sexo como hilo que enlaza dos vidas antagónicas, una de desolación, la de Paul, hombre de cuarenta y cinco años que no espera nada de la vida, la de Jeanne, mujer joven, rebosante de ilusión, capaz de enamorarse, con deseos de descubrir los secretos de su amante, tan lejos de Tom, el novio de ella, un Jean-Pierre Leaud, que la fotografía en los metros de París, como si fuese un director de cine, en un claro homenaje de Bertoluccci al admirado Truffaut, a través de su actor fetiche. Hay otra protagonista, la ciudad, París, con sus bulevares, con sus calles limpias y llenas de elegancia, donde los personajes protagonistas no se encuentran, solo viven en el apartamento vacío donde llevan a cabo sus encuentros sexuales, clara metáfora de una aniquilación progresiva, sobre todo para Paul, que se inmola a través del sexo en una película honda y desoladora. Quedan muchas imágenes inolvidables, no solo la escena de la mantequilla famosa, sino también la de la soledad de Brando, escuchando música de jazz, el monólogo con su esposa muerta, donde vemos al mejor actor de la historia del cine, resucitado de un vacío de los últimos años sesenta, para brillar, de nuevo, con su antológico Vito Corleone. Paul vive en el pasado de un tiempo en Ámerica, de un hotelucho heredado, de saxofonistas borrachos y de perdedores. Muy lejos el mundo de ella, de príncipes, con un novio que proclama a gritos su amor en el metro parisino, un novio con aires de grandeza, pedante, en la línea del cine culto de los años sesenta en Francia, sin duda, nos viene a la imagen las películas enigmáticas de Godard. Todo está servido, la película avanza hacia su destrucción, Paul, que se aleja de la vida entre una relación sexual irracional y Jeanne, que se acerca al mundo, que prefiere los espacios abiertos, porque aún cree en algo, aún espera nuevas ventanas abiertas en su vida. Queda el tango, ridículo, tango de muerte, quedan las imágenes de París, el desnudo de ella mientras Brando la da jabón en la bañera, quedan los ojos de ese hombre triste que odia la vida, porque la conoce a fondo y los de ella, abiertos y sinceros, porque aún no conoce el dolor. Bertolucci haría rodado ya El conformista (1970), maravillosa y morbosa y luego haría Novecento (1975), dos películas que se quedan en la memoria de los cinéfilos, porque sus imágenes brillan con luz propia, nadie puede dejar de mirar el rostro fascinante de Dominique Sanda en ambas películas sin que el cine de los setenta cobre una luz especial, la de una época que, con cierta decadencia, aún expresa un clasicismo que el cine actual ha perdido en la mayoría de los casos. Cine que nos deja en El tango el rostro de Brando, un actor clásico que inunda la pantalla, somos todos los que ya conocemos el sabor agridulce de la vida los que estamos dentro de sus ojos heridos por el tiempo y el dolor. Merecido homenaje de Bertolucci a una ciudad, la fascinante Paris, a dos seres extraños en un mundo que está cambiando. Todos pensaron que era una película erótica, pero es mucho más, una reflexión sobre la vida y la muerte, un paseo por el dolor que, sin duda alguna, la hace una obra maestra indiscutible, merece un homenaje en sus cuarenta años de vida. Cine erótico en los setenta Llegó Emmannuelle e Historia de O para dar consistencia a aquella década, en España marcada por el destape, donde aún el cine no había entrado de lleno en la pornografía y la sexualidad tenía cierto pudor, como en las películas comentadas, donde latía un poderoso argumento, detrás del morbo de su propuesta y de la calidad de sus intérpretes, dos grandes del cine, Brando y Bogarde. Pedro García Cueto |
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