Diez años sin el gran Marlon Brando
Dentro de pocos meses, concretamente, en julio, el día 1, hará diez años que desapareció uno de los actores más grandes de la historia, uno de los hombres que supo cambiar la forma de interpretar a los personajes, desde su sorprendente Stanley Kowalski en Un tranvía llamado deseo, hasta tantos papeles que han quedado en nuestra retina para siempre. Nacido en Omaha, Nebraska, el 3 de abril de 1924, Brando fue un alumno poco aplicado, que enseguida sintió interés por la interpretación, logrando estudiar en el famoso Actor´s Studio, para despuntar después en el teatro y, como un aluvión de imponente personalidad, en el cine. Compañero de avatares y de fiestas de James Dean y Monty Clift, Brando fue el actor más sobresaliente de ese grupo, donde pudimos ver a un verdadero genio que se empezó a forjar en el escenario teatral, la versión de la obra de Tennessee Williams, Un tranvía llamado deseo, que luego llevó al cine, Elia Kazan. Sus películas fueron inolvidables, muy pocos actores hubieran dado vida a un hombre de enorme sensibilidad, envuelto en la mafia de los muelles, capaz de acariciar a una paloma, mientras mira el cielo, hablando de su vida, mientras los ojos de Eva Marie Saint se clavan a los suyos, en la inolvidable La ley del silencio, podemos sentir la sensibilidad de un actor que deja su fragilidad en el ambiente hostil de los muelles, cuando delata a los mafiosos y es apaleado. Es curioso que en La jauría humana de Arthur Penn también sea linchado por el pueblo bárbaro. El actor entrega su cuerpo y su alma a los papeles, se deja caer como una flor frente al mundo, para ser maltratado por la crueldad humana. Pocos actores darían tanto juego en papeles tan relevantes como Julio César, inolvidable como Marco Antonio, con un reparto de lujo, que se quedó admirado del buen acento inglés del actor norteamericano, actor del método Stanislawski, donde el actor es el personaje, como un tejido que se adhiere a la piel del hombre que encarna. Inolvidable en Viva Zapata, donde Elia Kazan, que tanto le conocía, saca de él su vigor y entusiasmo para hacer del gran héroe mexicano. Pero Brando también encarnó a un japonés en La casa de té de la luna de agosto, donde Glenn Ford, un actor notable, se quedó fascinado por la ductilidad del actor y su capacidad camaleónica de ser personajes tan distintos, estilo interpretativo que recuperará De Niro, como discípulo aplicado en los años setenta. Brando será el hombre que deja su huella en El rostro impenetrable, en una década en que empieza un importante declive, pero poco antes, había sido el oficial alemán en la muy notable El baile de los malditos, con ese otro grande del cine, Monty Clift. El actor hará un cine menos meritorio en los sesenta, pero llega la década de los setenta y nos deja dos obras maestras, El padrino, un genial Vito Corleone y la muy notable El último tango en París, donde el actor echa mano de su ternura, de su aspecto hermético, para ocultar a la joven María Schneider su pasado de hombre atormentado. La ternura del actor no excluye su brutalidad, hombre tocado por la introversión, actor herido por la vida, que realiza uno de los papeles más magistrales de su carrera. Luego llegará Superman como el padre del famoso héroe y la inolvidable Apocalipsis Now, donde borda el papel del comandante Kurtz, un hombre alucinado por la locura de la guerra, al que Brando dota de cierto aire místico, como si fuese un gurú de nuestro tiempo, el horror que relata Coppola nos traspasa y nos impresiona, se adhiere a nosotros y nos deja heridos para siempre. Siempre nos quedará el hombre que acariciaba a las palomas en La ley del silencio, su ternura, su forma de decir, su expresividad, como si naciese de un tormento interior, el de su propia vida, de galán y de padre atormentado, vencido al fin por el sobrepeso, la soledad, las tormentas familiares, sus matrimonios fracasados y una mirada de hombre infeliz que lo tuvo todo y que, al final, no tuvo nada. Nos quedan otros papeles tan interesantes como el de Rebelión a bordo, Reflejos en un ojo dorado, una extraña película en la que hacía de marido homosexual de la sensual y muy hermosa Elizabeth Taylor (como si la actriz repitiese el papel de mujer que busca el deseo en un hombre que no puede satisfacerla, que hizo por vez primera en La gata sobre el tejado de zinc caliente, con el gran Newman) y algunos otros, pero siempre queda en mi memoria el hombre que acariciaba las palomas, el exboxeador Terry Malloy, un personaje tan parecido al actor, herido por dentro, tierno y rudo por fuera, un maestro del cine, diez años sin él, pero nos queda su cine, inolvidable siempre. Pedro García Cueto |
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