¡Qué bello es vivir!
Un cuento de navidad con final feliz | |
Hay pocas películas que hayan sido tantas veces proyectadas en televisión al llegar la Nochebuena como esta cinta de Frank Capra, una historia que busca la emoción y que nos hace ver que lo importante no es lo que deseamos tener, en el caso de los bienes materiales, sino lo que somos, cómo amamos a los demás, qué buscamos en la vida, en esta confrontación entre el ser y el tener, Capra apuesta por el ser, la vida es, indudablemente, una lucha por amar a los que tenemos delante, por apreciar lo que hemos conseguido, por valorar aquello que, sin serlo todo, debe ser suficiente. Me refiero, como habrán adivinado a ¡Qué bello es vivir!, una película entrañable, en el estilo que Capra utilizó siempre, ternura y afecto para llegar al gran público. La prehistoria de la película fue azarosa, ya que hubo varios guiones hasta concretarse en película. Como génesis de esta historia está el relato, escrito en 1939, titulado The greatest gift, el cual fue convertido en 1943 en una gran felicitación navideña. El texto fue adquirido por la RKO, a petición de Cary Grant y apareció publicado, casi al mismo tiempo, en la revista femenina Good Housekeeping y, después, en forma de pequeño libro. En la RKO, tres prestigiosos nombres de la literatura - Dalton Trumbo, Clifford Odets y Marc Connelly- intentaron convertirlo en un guión que sirviera de base para una película, pero el proyecto no prosperó. Finalmente, fue adquirido por Liberty Films y reelaborado por Frances Goodrich y Albert Hackett y por el propio Capra y uno de los guionistas de la Columbia, Jo Swerling. Capra decidió contar con actores que eran de su firma habitual, James Stewart, Thomas Mitchell, Lionel Barrymore, War Bond, todos ellos, de gran calidad interpretativa, algunos secundarios, pero tan brillantes como los grandes actores de la época, lo que dotó a la película de una gran verosimilitud, la historia de un hombre, George Bailey, un excelente James Stewart, se arruina en plena Navidad, se da cuenta de que no ha valorado nada de lo que tenía y trata mal a los suyos, a su mujer e hijos, nadie le hace caso, hasta la llegada de un ángel que le hará ver que lo importante no es lo que parece, el dinero, sino lo que nos une a los hilos del corazón, las personas a las que amamos, debemos ser buenos, porque nada es realmente trascendental en nuestro vida, sino lo queremos realmente. Indudablemente, la angustia de Bailey, su paso por la ciudad para recuperar el dinero, nos hace pensar en una situación angustiosa, pero también nos demuestra que el amor es el motor de todo, lo único que le va a quedar a un hombre arruinado, lo que verdaderamente tiene, una familia que le seguirá queriendo sea pobre o sea rico. La vida de Bailey ha sido dura, no pudo ir a la Segunda Guerra Mundial por una lesión en el oído, no pudo ir a la Universidad, para hacerse cargo del negocio de su padre, de préstamos y construcciones, todo ello le hace un hombre frustrado, un infeliz, que llega hasta su momento más duro cuando está arruinado. El error del tío Bill, que trabaja con Bailey, al entregar un préstamo de ocho mil dolores al rico señor Potter, hace que todo naufrague y el protagonista se hunde al conocer una pérdida tan grande, nadie le ayuda, Potter se lo quita de en medio, solo el ángel Clarence viene a ayudarle, porque conoce la vida desgraciada de Bailey y le salva de un intento de suicidio. El ángel le hace ver que todo puede cambiar, que la vida no es lo que parece y que debe recuperar su confianza, basada en la bondad y el afecto a los demás, solo así recuperará lo que ha perdido. Para hacerle ver que el pueblo donde vive hubiese sido un fracaso sin su presencia, le hace ver qué hubiera pasado sin su existencia, lo que refuerza la idea de que la existencia de Bailey y su sacrificio por los demás, su bondad, ha salvado al pueblo de una vida mucho peor. La visión de esa inexistencia hace que nuestro protagonista se dé cuenta de la importancia del afecto y de la bondad como motor de su vida. El cuento en Navidad refuerza la idea de Capra de esa vida norteamericana que ha sufrido una Guerra, la película está filmada en 1946, momento en que el país se haya desencantado, por las muertes en la Segunda Guerra Mundial, por el dolor de haber participado en un conflicto que han ganado, pero a expensas de muchas vidas humanas perdidas para siempre. Lo que la película refuerza también, frente a otras de las cintas anteriores del director, es su deseo de no filmar una película patriótica o ideológica, como Juan Nadie o algunas de las que filmó antes, ahora le interesa el ser humano, que no reivindica a la bandera o a ningún presidente, sino a su propio sentido del deber y del honor, a la fidelidad a unos valores que le salvan, cuando contempla qué hubiera pasado sin su existencia en aquel pueblo (en aquellas escenas en que nadie le reconoce, porque no ha existido en realidad), al cual ha dedicado su vida. La mujer de Bailey, una excelente Donna Reed, sirve para dar al protagonista un mayor sentido de la realidad, un pragmatismo del que él ha carecido siempre, una visión de la vida donde lo más sencillo es lo más importante, lejos de los sueños de Bailey, los que nunca pudo cumplir. Hay un trasfondo muy trágico en el intento de suicidio del protagonista, porque él sabe que su seguro de vida es lo único que le queda, para que los suyos no sufran y, por ello, lo quiere llevar a cabo, salvado, como ya dije, por el ángel. Esta idea nos remonta a una película más sombría de lo que parece, porque Capra recuerda los suicidios del famoso crack de 1929 y hace esta apuesta por un optimismo final, un replanteamiento a aquella tragedia, desde un punto de vista moral y con moraleja: el dinero no vale tanto y hay que seguir viviendo, con lo poco que se tenga. La película acaba bien y nosotros agradecemos que todo haya sido un cuento de Navidad, una historia que nos hace mejores y que nos habla de lo mejor que tenemos los seres humanos, hasta el personaje del rico y avaro Potter, el gran Lionel Barrymore, es, en el fondo, un infeliz, un ser que no sabe vivir. Capra nos deja una película inolvidable, donde siempre tendremos el rostro de ese gran actor de tantas cintas inolvidables, James Stewart, llenando nuestros ojos de lágrimas, en una cinta que volveremos a ver, por muchos años, en Navidad. Pedro García Cueto |
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