Doctor Zhivago: una obra maestra de David Lean
Pero siempre ha habido padres envueltos en los grandes conflictos históricos, padres que han cuidado de sus hijos cuando todo se derrumbaba, por ello, centro mi artículo en una película inolvidable de David Lean, me refiero a Doctor Zhivago (1965), donde Omar Sharif es el padre de un hijo, el de Tonia (Geraldine Chaplin) y de una hija, la cual no llega a conocer, la que tiene con Larisa, la maravillosa Julie Christie en la película y que es el comienzo de la historia, interpretada por Rita Tushingham. Sharif fue un actor que brilló en película épicas y que acaba de fallecer, una gran pérdida para los amantes del cine.
La historia, basada en la novela de Boris Pasternak, cuenta los años de juventud y madurez de Yuri Zhivago en la convulsa Rusia de los años de la Gran Guerra Civil, es decir, cuando triunfa la Revolución Rusa, en 1917. Todo empieza, cuando una chica va a ver al hermanastro de Yuri, llamado Yevgrav, el cual ocupa un importante cargo en el ejército soviético, interpretado por Alec Guinness, estupendo como siempre, él está convencido que esa joven es la hija de Zhivago.
Le cuenta la historia de su presunto padre, desde sus años de médico en la Primera Guerra Mundial, cuando conoce a una enfermera llamada Larisa Antipova, a los últimos de su vida, cuando se encuentra, de nuevo, con ella, en un tranvía y, queriendo seguirla, para volver a verla, corre por la calle, falleciendo de un infarto. Larisa está casada con un hombre llamado Pasha que, con el tiempo, se convierte en un miembro destacado del partido comunista, papel interpretado con excelente aplomo y notable expresividad por un muy buen actor británico, Tom Courtenay. Pero la joven mantiene una relación clandestina con un tipo detestable, Víctor Komarovsky, al que da vida Rod Steiger, dotando al papel de su sello particular, el cinismo que este actor siempre ha sabido dar a sus interpretaciones (entre las más memorables hay que recordad La ley del silencio o En el calor de la noche).
Todo se complica en Moscú y Yuri Zhivago se marcha con su esposa Tonia (interpretada por Geraldine Chaplin) a la casa de campo de la familia de Yuri, en Varykino. Se marchan con su hijo, ya podemos ver las escenas en que el padre da generosamente a su hijo todo cariño, porque es un hombre bueno, idealista, que cree en la bondad del ser humano. Pero la paz también desaparece en aquel lugar, ya que la sombra de la Revolución Rusa y sus excesos llegan a toda el país, por ello, Yuri es obligado a incorporarse como médico forzoso para el ejército rojo. Cuando logra volver, descubre que su mujer y su hijo han huido al extranjero, a Francia. Reencuentra a Larisa, a la que llama Lara, viven un apasionado romance, hasta que ella debe huir porque su marido Pasha está en graves dificultades. Pasan años en los cuales Yuri no ha encontrado ni a Tonia, su mujer, ni a su hijo, ni a Lara, hasta el encuentro en el tranvía, cuando la ve pasar y corre tras ella, muriendo en la calle.
Con este argumento, David Lean centra su historia en la mirada de los amantes, logrando imágenes muy hermosas de los dos, sin olvidar la parte en que ejerce de padre, con el hijo de Tonia, donde vemos la bondad de Yuri. Siempre sobrevuela en la película el amor que sienten ambos personajes, mientras la música de Maurice Jarre nos hechiza, en un escenario de gran hermosura, los paisajes nevados, rodados en gran parte, en España (Soria, Salamanca y Madrid) y Finlandia.
La película ofrece una idea del doctor Zhivago muy idealista, la de un hombre que escribe poesía, por ello, luego, toda su obra se dará a conocer, un hombre que ama a Rusia y presencia el desencanto terrible que supone la Revolución, donde la violencia se propaga por todas partes.
Resulta muy curioso que el primer encuentro entre Yuri y Lara transcurra en un tranvía, sin que ninguno de los dos se fije en el otro, el final también se centra en el tranvía donde viaja la mujer, que ya ha sido madre de una hija, sin que Yuri lo sepa. También es interesante que Yegrav, el hermanastro de Yuri sirva de narrador de la historia a la hija de Lara y de Zhivago, como si nos adentrase en un mundo épico donde las imágenes nos sobrecogen, algunas magníficamente rodadas por Lean (como en su obra maestra, la muy superior Lawrence de Arabia), me refiero a los soldados a caballo en Moscú atacando a los manifestantes, en la senda de Eisenstein y su inolvidable Octubre. Lean quiere hace un homenaje al cine ruso, a esa impresionante visión de los seres humanos como masa que defienden unas ideas anuladas en un momento por la represión policial.
Las ventanas, los espejos, son parte fundamental de esta película, la cual contiene muchas elipsis para concretar en una duración de ciento noventa y siete minutos la monumental novela de Boris Pasternak. En la película vemos como las ventanas ya señalan el espejismo que Lean pretende dotar a la historia, porque son símbolo indudable del idealismo de Yuri Zhivago ante la vida. Los dos protagonistas, Sharif (un actor poco expresivo pero idóneo para este papel de pensador, de hombre reflexivo, con O´Toole o Bogarde de protagonista la película hubiese tenido otra fuerza, ya que los dos son actores más densos que hubieran enriquecido algunos momentos clave de la película), y Lara se encuentra en el tranvía, pero no se ven, solo los espejos de las ventanas los reflejan, también hay espejos en la casa de Lara, las paredes son casi transparentes. Llegando a la mitad de la película, Yuri se acuerda de Lara, estando en Varykino, mira por la ventana y vemos los cristales de hielo que se derriten afuera, fundiéndose por encadenado con un campo de tulipanes que a su vez se transforma en el rostro de Lara, inundado de amarillo. Hay un gran esfuerzo iconográfico de David Lean por mostrarnos el amor como un espejismo, como un espacio abonado de transparencias que, a veces, se vuelven opacos, como en Varykino, cuando, en una imagen, vemos los cristales opacos, a consecuencia de la placa helada que se instala sobre ellos.
Pero es importante señalar que la película está inundada de colores, el rojo del vestido de Lara, cuando está con Rod Steiger en el lujoso restaurante donde éste la trata como una prostituta. El rojo de la sangre tras la manifestación en Moscú inunda la escena, contrastando ese color con el blanco de la nieve, como un desgarro ante la pureza de la ciudad, afín al idealismo de Zhivago ante la vida.
Y, por último, la idea del padre, el hombre que mira a su hijo, con ternura, estando al lado de Tonia, lo que nos confunde, porque no hay desamor ante la mujer, aunque luego tenga como amante a Lara (maravillosa la música, el famoso tema de Lara que se repite se incrusta para siempre en nuestro corazón, con la mirada de la guapísima Julie Christie). También el final, cuando el hermanastro de Yuri acaba de contar a la chica la historia del doctor Zhivago y le pregunta acerca de la música, si toca algún instrumento, a lo que responde que sí, conociendo que esa chica tiene los rasgos de su padre, el hombre que ha dejado una obra honda y poderosa en sus escritos, su poesía para la historia.
La hija, que no conoció a su padre, se queda hechizada ante esta historia, porque admira a ese padre que supo defender sus ideas ante tanto horror y tantas dificultades. Los flash-backs inundan la narración, hay algo onírico en esta representación de una época histórica, en esta hermosa película (los trenes, como en el que viaja Yuri con su mujer sobre el escenario nevado, rodado en España, mientras se hacina la gente en los vagones, también nos emociona), porque siempre están los sueños de un padre (la serena mirada siempre de un actor que, sin ser de primera fila, nos dejó momentos de gran emoción en esta película, Omar Sharif), que quiere un mundo mejor para sus hijos. Sin ser perfecta, como Lawrence de Arabia, sigue siendo una bella sinfonía para los amantes del buen cine.
Pedro García Cueto
