La Hija de Ryan, una gran película de David Lean
David Lean, que había triunfado ya con una obra maestra , Lawrence de Arabia y con una película épica que le había dado prestigio y fama, Doctor Zhivago, se enfrentó a una cinta curiosa, muy personal, hecha con los mimbres de su talento, donde el paisaje cobra un gran protagonismo, inunda todo, en una Irlanda que lleva el misterio en sus brumas, en sus playas, en los rostros de aquellos seres heridos por la vida, me refiero a La hija de Ryan (1970).
La hija del tabernero Tom Ryan, Rosy, una excelente Sarah Miles, está enamorada del maestro Charles (Robert Mitchum, en un papel a su medida), viudo y cerca de los cincuenta, pese a que el padre Collins dude de esa relación, acaban casándose, pero el mundo de Charles no logra entrar de lleno en el de la joven y ella, soñadora, siente una gran decepción cuando se casa con él. Conoce la chica al mayor Doryan, hombre traumatizado por el frente, acabará suicidándose, porque la guerra pesa en él, lo tortura en cada paso que da. Por una traición del padre de Rosy a los ingleses de las intenciones de los irlandeses para recoger armas de un barco alemán a la deriva, el pueblo acusa a Rosy de traidora y la rapan el pelo, lo que obliga a Charles y a la chica a abandonar el pueblo, ya que allí solo vive el odio y el rencor.
La película es mucho más que la historia de una mujer soñadora que no encuentra al hombre que busca en una sociedad pacata y atrasada (la cinta está ambientada en 1917, de ahí el intento de enfrentamiento entre irlandeses e ingleses en el conflicto de la Primera Guerra Mundial), sino también una búsqueda de Lean de la importancia del simbolismo, ya presente en Lawrence de Arabia y Doctor Zhivago, en su cine, ya que el director da protagonismo a un hombre discapacitado (John Mills), reflejo de una sociedad sorda y muda, incapaz de entender el mundo que les rodea.
El sentimiento panteísta está presente en la película, ya que la Naturaleza crea a los personajes, los sitúa para darlos protagonismo, el viento, la playa, el sol, son elementos que están siempre presentes, los personajes siempre están enmarcados entre brumas, entre la arena de la playa, entre el sol que ciega sus rostros, incluso en los escenarios interiores, como la taberna, la habitación donde Mitchum y Miles pasan la noche de boda, siempre hay elementos que señalan una presencia fuera del mundo físico, un espejo, un reloj, siempre hay símbolos para marcar que el mundo de los seres humanos está condicionado por algo más que sus meros sentimientos.
Cielo-tierra-mar y viento son elementos que ejercen su función mítica, por ello, en el comienzo de la película, el padre Collins (Trevor Howard) y el tonto (John Mills) son dos seres que simbolizan dos mundos, el de la fe y el de la inocencia, dos seres que son acogidos por ese mar y ese viento, que son protegidos por su bondad, donde no cabe la soñadora Rosy o Charles, ya que ambos esconden un mundo más oscuro, con más sombras que los dos personajes que son iluminados por el director.
La naturaleza está presente en todo momento, en el paseo a caballo entre Rosy y el mayor Doryan, inicio de un romance que acabará en tragedia por la muerte del militar, el silencio impera ese camino, pero podemos presenciar el río, el cielo, son elementos que cobran protagonismo, están dentro del estado anímico de los protagonistas, no en vano, David Lean, se empeñó en fotografiar para su película las tormentas de Irlanda, él quería que todo espectáculo de la Naturaleza estuviera presente como un claro símbolo, el de la permanencia, frente a la caducidad humana, seres a la deriva, personajes condicionados por su temporalidad en el mundo.
Michael es el tonto, con la maestría en el rostro de un actor inglés magnífico, John Mills, en su papel, Lean ve al mundo que no ha de despertar de su inocencia, donde todavía no existe la culpa, su discapacidad es la del hombre que vive sin rencor, frente a los demás personajes, la soñadora Rosy que no encuentra en los hombres aquel que la haga feliz, en la senda de Madame Bovary, o Charles, un hombre hierático, que vive su mundo interior, pero que es incapaz de comunicarse emocionalmente con los demás, o el mayor Doryan, hombre traumatizado por una herida en una pierna, que no puede seguir adelante, porque el peso de su paso por la guerra le condena definitivamente al suicidio, solo Rosy es capaz de dar afecto, pero nadie logra entender el enorme caudal emocional de la joven, que es acusada de traición por los habitantes de un pueblo ignorante y cruel.
Frente al mundo de Lawrence, que buscaba la grandilocuencia en el desierto y que quería pasar a la historia o la bondad de Zhivago que siempre intentará ayudar a los demás, los personajes de La hija de Ryan son seres sin rumbo, sin objetivo, disminuidos por esa Naturaleza que se convierte en un Dios omnipotente y que confirma que Lean no cree en la trascendencia, sí en la vida con su enorme espectáculo de mar, playas, vientos, como un eje que todo lo mueve.
En definitiva, la película es un lienzo donde Lean pinta definitivamente el mundo interior de seres huérfanos de Dios, frente a un paisaje que los absorbe, los da vida y se la quita. Por ello, el final explica muy bien esa soledad de seres olvidados, cuando Rosy, rapada por el pueblo que la considera traidora, se va con Charles, un hombre impotente, un ser que no puede amarla desde la sexualidad, porque algo falla en su interior, el padre Collins los mira, como si intuyera que dos seres tan vulnerables puedan lograr una unión, pero también teme que el cristal se rompa y nada quede de ellos. La mirada del tonto Michael es la de un ser que desconoce el dolor, su discapacidad es la que explica la película de Lean: la vida es fracaso, el ser humano está condenado a odiarse y solo queda el espectáculo de la Naturaleza para salvarnos de nuestro pecado original. La inocencia del tonto es una vuelta a la idea de un mundo sin hombres que se maten entre ellos, por ideales de barro, como son, sin duda, todas las guerras de nuestra triste historia.
Lean logra, con La hija de Ryan, dar una vuelta de tuerca a esa épica de sus dos grandes cintas anteriores, ahora la llama se apaga porque ya no queda nada por qué luchar, frente a esa llama que apaga Lawrence y que iniciaba una etapa de esplendor, que ya nunca volverá al cine de Lean, consciente del vacío de esos seres a la deriva que somos todos, en realidad.
Pedro García Cueto


