El legado antibelicista de Joseph Losey
La historia le llegó a Losey de la mano de John Wilson, cuya obra Hamp, le pareció al director muy interesante para llevarla al cine. El director inglés esperó para encontrar financiación, la consiguió del uno de los ejecutivos de la British Home Entertainment, Daniel M. Angel. Este había sido el responsable financiero de películas comerciales como El pato atómico de Val Guest. Losey tuvo que aceptar las condiciones que se le impusieron, rodar en tres semanas y no sobrepasar una cantidad de dinero ya estipulada.
Losey rodó la película en tres semanas y con un presupuesto de 86.000 libras. La película se estrenó en el Festival de Venecia en 1964, con una inmejorable acogida crítica y un premio para Tom Courtenay, a la mejor interpretación masculina.
Rey y patria habla de la condena a ese soldado, interpretado por el premiado Tom Courtenay, siendo Dirk Bogarde, un actor en alza y muy habitual de las películas del director inglés, el abogado. Ambos están magníficos en esta película, donde late una crítica antibelicista, ya que plantea por qué un soldado, que dice que no huía del frente, sino del ruido de las bombas, será ajusticiado y llevado, al final de la película, al pelotón de fusilamiento.
El comienzo de la película es magnífico, los planos sobre diversas esculturas de soldados en plena batalla. Hay una inmovilidad latente, ejercicio que demuestra el mundo inamovible de los soldados, seres que han perdido su individualidad, que luchan por una causa que no entienden, en un mundo que ya nos les acogerá nunca.
Hay elementos simbólicos en la película, el cañón, como metáfora del mundo de la barbarie, las trincheras, el barro, los animales muertos, la lluvia. Todos son protagonistas de ese espacio donde la vida ya no vale nada, donde los seres se difuminan, se pierden en las sombras de la nada. El sonido de la armónica por parte de Arthur revela la humanidad en un mundo que se deshumaniza, donde la existencia nos lleva al vacío y a la nada de la guerra.
Arthur es un hombre de baja extracción social, que no entiende de política, que está en la guerra por el deber de luchar, sin creer en nada que le ate a su patria y a una lucha que considera cruel e inútil.
El juicio es sobrio, porque a nadie le importa la vida de Arthur, solo su abogado (excelente Bogarde) parece sentir compasión por él, el perdón no existe, la vida, como un preciado tesoro que solo existe para los que han triunfado, ya no es patrimonio de ese soldado que parece que ha huido del frente, cuando solo ha sentido el horror del sonido estruendoso de las bombas.
Hay un pesimismo latente en la película, una tristeza que cala infinitamente sobre los protagonistas, son seres a la deriva, excluidos de cualquier compasión, porque los códigos de la guerra son más importantes que la propia vida.
Arthur es un ser insignificante, que tiene problemas gástricos, un ser dilapidado por un país que no siente pena por su dolor, por su tristeza y por su delito. El director expresa la misantropía ante la vida, conscientes del absurdo teatro que supone un juicio cuyo final ya se sabe desde el principio, porque la condena y la falta de perdón vive en los rostros de esos seres anodinos que miran al soldado con desprecio y desidia.
Película que, sin duda alguna, tiene que ver con Senderos de gloria, de Kubrick, porque late en ambas un deseo de criticar la guerra absurda, el desprecio de esos seres por una vida que ya está vencida para siempre.
La película ahonda en un tema que merece nuestra atención, la culpabilidad o la inocencia, porque más allá de la guerra están los seres humanos que sienten y padecen en ese escenario bélico, seres que acaban heridos psicológicamente por ese pasado que los tortura, por ese mundo que vuelve a ellos. Es importante destacar que en la película las imágenes del pasado tienen especial relevancia porque explican el dolor de Arthur, el peso con el que vivirá siempre, ni siquiera su abogado puede imaginar su tormento, aunque es la persona que mejor lo comprende, pero también en un ser cínico que conoce el fracaso de todo sistema y que el poder siempre es cruel e injusto y no reconoce nunca a las víctimas, condecorando, sin embargo, a los verdugos.
Rey y patria solo esboza humanidad en la terrible escena en que Bogarde (hay que señalar que Bogarde fue unos de los mejores actores del cine inglés, por esa contención de su mirada que esconde tantas emociones y tanto mundo interior) acaba de matar al soldado, porque no quiere verlo sufrir, al ver que, tras ser fusilado, no ha muerto, en las charlas entre ellos, que demuestran que lo verdaderamente importante en la vida es aquello que no se ve, no un gesto grandilocuente de amor a la patria, sino una mirada entre unos seres que saben que ya han perdido, para siempre, la creencia en el ser humano. Una gran película, sin duda alguna.
Pedro García Cueto

Josef Losey