El cine español no suele arriesgar mucho en su temática. Muchos cineastas se decantan por un tipo de cine comercial, divertido o de intriga, cualquier cosa con tal de llegar a la gran mayoría de espectadores. Aunque, por el camino, tengan que perder muchos de sus ideales originales de lo que supone hacer un buen cine personal, diferente e innovador. Desde luego, el joven cineasta salmantino Jonathan Cenzual Burley no se ha perdido por el camino de la comercialidad facilona. Con "El pastor" nos trae, en la dirección y en el guión, una película creativa, sencilla y auténtica que solo desprende verdad, sentimientos y un gran amor y respeto al Cine con mayúsculas. "El pastor" narra una historia compleja, pero muy sencillamente enfocada en las profundas pasiones y vicios que guían al ser humano, en muchas ocasiones. En este caso, Cenzual Burley nos enmarca un laberinto de defectos y deseos humanos como la avaricia, la violencia, la falta de honradez, en la árida meseta castellana. Un ambiente rural, contado a través de un drama, que nos rememora a grandes historias de crímenes, de luchas, provocadas por la miseria y la desesperación de las más bajas pasiones. Pensamos en la literatura de Miguel Delibes, otro castellano de pro como Cenzual Burley, de Émile Zola en su inmensa obra naturalista "La tierra" o en películas tan desgarradoramente apegadas al terruño como "El séptimo día" de Carlos Saura. La película es un gran ejemplo de cómo se puede rodar buen cine, a un ritmo pausado, con silencios más expresivos que las propias palabras, y sin embargo mantener el interés del espectador durante todo su metraje. Pocos personajes desfilan por esta historia de lucha moral y de grandes verdades. Destaca Anselmo, el pastor, interpretado por el estupendo actor Miguel Martín ("Celda 211"), al que le quieren comprar sus tierras y su humilde casa unos constructores corruptos y mafiosos, sus vecinos, que han sucumbido a la avaricia, el perro de Anselmo y sobre todo, la naturaleza. Junto con Anselmo, recio, honrado, como un titán que resiste frente a la fealdad del mundo, en medio de la cruda llanura castellana, vemos aparecer como personajes esenciales la tierra y el cielo. La soledad de Anselmo está acompañada por ese "desierto" natural. Este naturalismo, esta aproximación a los silencios de los ritmos naturales aportan una ambientación muy conseguida y una profundidad de la historia que roza la espiritualidad. Además, muchas escenas recuerdan al género del western, historias en las que el héroe, solo, pero con su moral intacta, lucharán, hasta las últimas consecuencias por mantener su criterio y convicciones profundas. Anselmo no quiere vender sus tierras y no comprende cómo los demás son víctimas de esa avaricia. Incomprendido, acorralado como una bestia, defenderá, hasta el final, su libertad y su amor por un tipo de vida, que no casa con el materialismo y la estupidez humana. El film nos aporta, además, una visión muy crítica de la especulación inmobiliaria, de la destrucción de la naturaleza y de la conversión del campo en absurdas urbanizaciones horteras y antiecológicas que destrozan toda la belleza y el sentido de nuestra tierra. La película, siendo pausada y serena, como no podía ser de otra manera, para retratar la verdadera vida de un pastor, acelera su narración un poco hacia el final en un crescendo de suspense y violencia que nos fascinará hasta el último fotograma.
Carmen Pineda
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