Por Pedro García Cueto
Cuarenta años después de su muerte, la mirada de Alfred vuelve como si persiguiese a un ladrón, en la senda de una mujer rubia de la que se enamora Jimmy Stewart. Alfred se enamoraba de las bellas mujeres que pasaron por su vida, Tippi Hedren, Grace Kelly, Kim Novak. Hitchcock iba buscando esa belleza perfecta que era el reflejo de una musa donde el cristal de la virginidad parecía puro. Perseguido por los pájaros que asolaban la pantalla, inundando de miedo a los espectadores, por aquel Norman Bates disfrazado de mujer que acuchillaba a Janet Leigh repetidamente. El mejor cine del maestro está rodeado de grandes actores, de bellas mujeres, es muy difícil igualar a Cary Grant en Con la muerte en los talones, sin que el traje se le arrugase. Tampoco parece fácil igualar a la bella Grace cuando paseaba su belleza por Mónaco. Hitch siempre aparecía en sus películas, como luego hará, en alguna ocasión, Martin Scorsese, en ese cameo de Taxi Driver. Las mujeres le acusaron de acosador, mientras su mente imaginaba la trama de Frenesí, ese asesino implacable en el universo londinense, mientras Perkins hablaba con la muy atractiva Vera Miles, escondiendo la verdad de su psicosis, mientras una mujer enigmática, Kim Novak, va suscitando el asombro y la pasión del gran Jimmy Stewart en Vértigo. Al fin y al cabo, Hitchcock lo dominaba todo, en cada plano de sus películas está su mano genial, cuando dirige a Farley Granger y Robert Walker en Extraños en un tren podemos sentir el latido de los actores, la fuerza de una dirección firme y brillante. Y qué decir de La soga, magnífica y rodada en un solo plano. Cuarenta años de su muerte y sentimos que ya no tenemos un maestro que nos haga sentir el miedo cuando Bates baja las escaleras de la mansión y mata al detective Arbogast (Martin Balsam), cuando Cary Grant es pillado con el cuchillo en Con la muerte en los talones o Jimmy Stewart hace de voyeur y mira la ventana en La ventana indiscreta. Si tuviera que elegir una película me quedaría con la belleza de Grace Kelly en Atrapa un ladrón, mientras Cary Grant, el gato, se dedica a robar y a enamorar bellas mujeres. Hitchcock no está, pero queda su cine, su impronta de gran director, poderosa fascinación que despiertan sus películas porque hay algo oscuro en todas, la mente de un genio con un toque siempre enigmático, que llenaba la pantalla a través de grandes estrellas. El universo del gran director estará siempre presente en nuestra memoria cinéfila.
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Alfred Hitchcock
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