Por Pedro García Cueto
LLega Yul bajo el pavimento de una tierra honda y triste, cuando los mexicanos sufren la tortura de los jefes que expropian sus tierras. Yul, junto a otros seis, les salva de ese padecimiento en Los siete magníficos, dirigida por John Sturges en 1960. Tener a Steve McQueen cerca y a otros cinco estupendos actores, nos hizo disfrutar de una película que aún sigue dejando huella en cinéfilos actuales con una banda sonora inolvidable de Elmer Bernstein, un maestro indiscutible. Brynner nació el 11 de julio de 1920 en Vladivostok, en Rusia, de un padre ingeniero e inventor y de una madre que, según palabras de Yul, era una gitana pura de Besarabia. Su padre les dejó siendo niños al enamorarse de una actriz rusa y Yul (nombre heredado de su abuelo) y su hermana Vera vivieron con su madre en Harbin (China) estudiando en un colegio patrocinado por la YMCA. Temiendo una guerra entre China y Japón se instalaron en París en 1932. Yul fue acróbata de circo, actor, tocó la balalaika, porque llevaba el alma gitana de la madre y se convirtió en un todo terreno. Por una lesión en la espalda tuvo que dejar el circo y empezó a trabajar en clubs nocturnos con una banda de gitanos. Al enfermar su madre de leucemia se trasladaron a Nueva York donde Yul empezó en el teatro, debutando en Broadway con un pequeño papel en 1941. Estudió con un prestigioso profesor ruso interpretación y poco a poco fue subiendo en el mundo de la escena. Con el éxito de "El rey y yo" en 1951 este gran actor tuvo mucha repercusión, representando la obra en más de cuatro mil ocasiones. LLevada al cine en 1957 se llevó el Oscar de la Academia de Hollywood. Tuvo como pareja en la pantalla a la gran Deborah Kerr. Su papel rebosaba alegría y su gestualidad lo convirtió en unos de los grandes actores de la ápoca, Lo que más caracterizó a Yul fue su singularidad, es decir, era expresivo, su famosa calva, su sonrisa, que le llevó a intepretar grandes papeles como Taras Bulba, La sombra del gigante, Rojo atardecer, Morituri, Los hermanos Karamazov y otras muchas. En todas ellas, Brynner, como ocurrió en Salomón y la reina de Saba, aparecía con su prestancia y su seguridad, lo que le llevaba a un magnetismo en la pantalla que pocos actores han sabido trasmitir, salvo algunos grandes como Brando, Mitchum, Stewart o Glenn Ford, entre otros. Inolvidale cuando mira a Maria Schell en Los hermanos Karamazov o cuando transmite la dulzura de su interpretación en Volverás a mi dirigida por Stanley Donen. Duro en La sombra del gigante o en Morituri, pertenece a esa estirpe de grandes actores que dejaban su sello en cada película. Parece que lo veo en Taras Bulba, al lado de Tony Curtis, con esa grandeza que solo tenían grandes como Kirk Douglas en esos papeles hechos para ellos, moldeados para su fisonomía y vigor. Se cumplen cien años del nacimiento de Yul y sigue siendo un referente de grandes películas de guerra o del oeste, pero también sensible en películas de comedia o en grandes musicales como "El rey y yo". Nos queda esa fuerza que tenía otro grande del cine que, si tuviera que elegir alguna, me quedaría con la impresionante mirada en La luz del fin del mundo, ahora algo más cerca, por lo que estamos viendo, un grande que nos ha dejado títulos inolvidables.
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Yul Brynner
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