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Luego de su paso fuera de competencia por la 61ª edición del Festival de Cannes, llegó Maradona por Kusturica a los cines parisinos. El documental refleja la carrera del astro del fútbol argentino en su difícil ascenso hacia la cumbre del éxito, sus años de brillo y su vertiginosa caída profesional y personal causada por la adicción a las drogas y al alcohol.
No sólo como testigo, sino como partícipe secundario del documental, Kusturica evoca al "pibe de oro" en su infancia, cuando aún vivía en los barrios pobres de Villa Fiorito y su mayor sueño era "participar en un Mundial y ganarlo."
Héroe deportivo convertido en ídolo popular, hombre de carne y hueso deificado en Argentina a través de la llamada iglesia maradoniana, - tema también tratado por Carlos Sorín en El Camino de San Diego (2006)-, el realizador bosnio retrata con respeto y admiración este personaje popular con sus luces y sombras.
Según sus propias palabra, Diego le recuerda a "un revolucionario mexicano salido de los filmes de Sam Peckinpah o Sergio Leone", cuya principal arma contra el poder ha sido la pelota de fútbol. El protagonista cuenta que siempre prefirió jugar en clubes populares pues jugar en Boca Junior era para él una forma de lucha de los pobres contra los ricos, mientras que jugar en el Napoli significaba la tan ansiada supremacía del sur sobre el norte.
La narración abre con la presentación en Buenos Aires de la No Smoking Orchestra -el grupo musical creado por el cineasta bosnio en los '80, durante la transición de la Yugoslavia post Tito-, en el marco de una gira latinoamericana por Argentina, Chile, Venezuela y Brasil realizada hacia octubre de 2001. Y no es casual, ya que todo el documental está estructurado según los cánones musicales del rock balcánico que apoya las imágenes desde la banda sonora: una mezcla de sonidos tradicionales del folklore rumano, turco, ruso y macedonio, ritmos gitanos y punk rock a los que aquí se suman la murga y el tango.
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Las líneas argumentales se suceden y entrelazan como un orden en el caos. Por un lado los archivos fílmicos de Maradona cuando recién comenzaba a dar sus primeros pasos en el deporte, su familia, su matrimonio con Claudia Villafañe, el nacimiento de sus hijas y sus mejores goles en los campeonatos mundiales, europeos y argentinos. Por el otro, los filmes anteriores de Kusturica, cuyos personajes de ficción quedan entrelazados con la vida de este nuevo personaje, más real y auténtico. Así, la infancia de Diego entra en diálogo con el mundo adolescente de Dino en ¿Te acuerdas de Dolly Bell? (1981), los viajes en tren de la No Smoking Orchestra por los parajes del campo bonaerense y una cámara que refleja la pobreza de las villas miseria en las que la gente se acerca a los basurales a recoger su único alimento del día, se funde de pronto con los paisajes de Sarajevo durante la dictadura del mariscal Tito en Papá salió en viaje de negocios (1985), el ingreso de Maradona al hospital en estado de coma pierde su carácter dramático cuando el director establece un paralelo con la falsa muerte del anciano en Gato Negro, Gato Blanco (1998).
No menos importante es la línea socio-política que atraviesa el filme de principio a fin. Desde los rostros del Che Guevara y Fidel Castro tatuados en los brazos de Maradona, hasta sus encuentros con los piqueteros, con Evo Morales y con Hugo Chávez, la crítica política hacia las potencias del llamado Primer Mundo permanece omnipresente. Como si se tratase del estribillo de un tema de su banda, Kusturica repite una y otra vez la secuencia del "Gol del Siglo" contra el equipo inglés en el Campeonato Mundial de Fútbol México '86, sólo que esta vez el rival se transforma, por efecto de la magia digital, en un equipo formado por Margaret Thatcher, Georges Bush, Ronald Reagan, Tony Blair y el príncipe Carlos de Inglaterra.
"Nosotros somos discípulos de Dionisos, apasionados, el caos nos hace avanzar", declaró Kusturica en una conferencia de prensa en Cannes, y Maradona agrega: "Las otras películas que se hicieron sobre mí no me gustaron, porque no está mi sentimiento, pero ésta sí es mi película, porque es la película de Emir, con quien nos hicimos grandes amigos y a quien le abrí mi corazón".
Lejos de los documentales convencionales, Emir Kusturica no tuvo la intención de crear una biografía fiel de Diego Maradona, sino una mirada irónica y llena de humor sobre la vida, el deporte, la política y el mundo. Una mirada que los ha ido uniendo a lo largo de dos años de rodaje.
Adriana Schmorak Leijnse