Septiembre - Octubre 2021
La Mansión Nucingen
Francia, Chile, 2008
Dirección y Guión: Raoul Ruiz
Intérpretes: Elsa Zylberstein, Jean-Marc Barr, Laurent Malet, Laure de Clermont.
Duración: 90 minutos
Fecha de estreno: 3 de junio de 2009
Nota Cinecritic
"Lo fantástico da acceso a los fantasmas y al inconsciente. Esto permite comprender a los personajes, sus fallas y sus deseos ocultos, ver sus almas de niño y su naturaleza profunda" (Elsa Zylberstein, protagonista femenina de La Mansión Nucingen)
La historia de La Mansión Nucingen, del realizador chileno Raoul Ruiz, transcurre en los años '20 en las proximidades de Santiago. William James III, un acaudalado escritor americano acaba de ganar al póker una propiedad a la que lleva a su esposa, Anne-Marie, para descansar. Allí son recibidos por extraños personajes que conviven con seres fantasmagóricos. La Mansión Nucingen es el primer largometraje que Raoul Ruiz filma en Chile luego de su largo exilio en Francia. Elige para ello actores franceses y un grupo de técnicos compuesto por franceses y chilenos. Los diálogos fueron escritos mayoritariamente en francés -aunque en algunas escenas se agregó el alemán, el español y el inglés-. Esta ambientación en medio de la Cordillera de los Andes ha representado para él una forma de volver a sus orígenes a través de las leyendas populares que conoció en su infancia: "Yo quería volver a mis orígenes, rodar películas sobre mi propia cultura, sus ambigüedades, sus complejidades, su popularidad, sus religiones perdidas, muchas cosas se confrontan en la historia de Chile", explica el realizador en referencia a cómo surgió la idea para su obra. Esta mansión encantada, a la que hace alusión el título, de estilo ecléctico (aunque preeminentemente francés), fue construida en el siglo XVIII en medio de los parajes montañosos chilenos. Según esta fantasía cinematográfica, la mansión está habitada por austríacos, franceses y norteamericanos, y allí sólo se permite el uso del francés como lengua. En cierto modo constituye una metáfora de Chile como país, con una sociedad elitista en la que una clase aristocrática extranjera no puede (o no quiere) mezclarse con un entorno cultural y lingüístico local, al que considera inferior, aislándose de esa forma en su propio mundo nostálgico del pasado, habitado por fantasmas. El director reconoce en su obra varias fuentes de inspiración literaria. La principal es la novela homónima de Honoré de Balzac, en la que el escritor francés describe la decadencia de la alta burguesía y la nobleza francesas, junto con una fábula medieval del siglo XI en la que un caballero, que no logra aceptar la muerte de su esposa, se encuentra en medio del bosque con un grupo de hadas blancas entre las que reconoce a su mujer, sin saber a ciencia cierta si se trata de la verdadera que ha vuelto de la muerte o de una sustituta. Son tan variadas las fuentes en las que abreva, que el filme acepta varios niveles de lectura: "una lectura racional, una lectura poética, una lectura más mágica, irreal" (Raoul Ruiz). Según la protagonista femenina Elsa Zylberstein, el filme es "una metáfora del desarraigo", siendo el personaje que ella interpreta y el del fantasma de Léonore, dos aspectos de una misma personalidad: el que se exhibe socialmente y el lado oscuro y escondido. Para Sylberstein este desdoblamiento es la expresión misma de la esquizofrenia que sufren, en diferentes formas y medidas, todos aquellos que parten al exilio y no logran encontrar un lugar ni una identidad propia. El género fantástico de mansiones encantadas pobladas de fantasmas y vampiros conecta el relato con la leyenda y permite el desarrollo del estilo surrealista, en el que ya no se persigue la linealidad temporal o la racionalidad de las formas narrativas, sino que se tiende a representar una sucesión de imágenes e ideas a simple vista inconexas que surgen del inconsciente, de la misma manera que ocurren con el lenguaje onírico. "Nos encontrábamos todos transportados en una dimensión surrealista (…) en simbiosis con este lugar mágico, sorprendente pues tan insólito en medio de la Cordillera de los Andes", recuerda Laure de Clermont, actriz integrante del elenco, sobre los momentos que compartía con sus colegas durante el rodaje. Sigmund Freud en "La interpretación de los sueños" (1900) explica que en los sueños existen mecanismos que permiten al soñante disfrazar ideas latentes -censuradas por la consciencia por contener sentidos inaceptables por las convenciones sociales- detrás de otro contenido manifiesto aparentemente incoherente e inconexo. Entre estos mecanismos se encuentran el desplazamiento y la simbolización. En la Mansión Nucingen, como ejemplo de desplazamiento, vemos que el fantasma de Léonore no aparece en su aspecto humano hasta casi la culminación, en cambio es reemplazada por el galope frenético de un caballo blanco que aparece recurrentemente en forma de inserto. En cuanto a la simbolización, la mansión misma constituye una imagen visual que condensa múltiples sentidos: la de un personaje central con alma propia y múltiples personalidades, la de un grupo social atrapado en su propio idiolecto, la de la casa encantada donde seres de carne y hueso conviven con personajes fantásticos, la del aparato psíquico de estos mismos personajes… Por su parte Carl Gustav Jung consideraba que en los sueños se expresa lo que él denominaba "inconsciente colectivo", formado por imágenes simbólicas que no son sólo producidas por un individuo sino que son compartidas por toda la especie humana, siendo la leyenda y la mitología la expresión no escrita de estos arquetipos ancestrales. Los fantasmas y la mujer-vampiro forman parte en el filme de estas leyendas y, por ende, del inconsciente colectivo. Está claro, entonces, que el mundo de los sueños es primordial en el estilo de Raoul Ruiz y la forma de plasmarlo lo acerca al surrealismo tanto pictórico como cinematográfico. En este sentido la suspensión de la temporalidad, pues "los relojes se detuvieron luego de la muerte de Léonore", la sangre que brota en la frente de Anne-Marie sin una causa evidente, la metamorfosis de humanos en animales o en vampiros (cabe recordar el ejemplo ya citado de la asociación de sentido entre Léonore y el caballo blanco que aparece en forma de insertos, o la transformación de su fantasma en el vampiro que ataca a Lotte), la relación entre la idea de muerte y de locura (no se llega a saber con certeza si Léonore ha muerto o permanece encerrada en la casa por padecer una enfermedad mental), la necrofilia (William James se enamora de una mujer muerta), la descomposición de la materia viva con la idea de repugnancia que esto implica (recordar la escena en la que se manipula un cerebro humano y la sensación de repugnancia de los comensales al ingerir una pieza de "pied de porc"), son todos temas característicos de artistas plásticos surrealistas como Salvador Dalí, René Magritte o André Masson y de realizadores como Luis Buñuel. Los colores y la música también cumplen un rol en este lenguaje onírico-cinematográfico. En los momentos de transición entre la consciencia y el inconsciente, en el prólogo y el epílogo, se utiliza el formato blanco y negro, mientras que las secuencias de sumersión total en el sueño se desarrollan en color. Para la música, Raoul Ruiz eligió el preludio para piano de Claude Debussy, La Catedral Sumergida (La Cathédrale Engloutie), inspirándose en una vieja leyenda bretona de la ciudad de Ys, que quedó sumergida en las aguas del mar y que puede verse durante la marea baja. Esta sumersión y resurgimiento periódicos han sido interpretados también como una alusión a las vivencias, sensaciones y pensamientos sumergidos en el inconsciente que resurgen periódicamente en forma de recuerdo desde las profundidades del inconsciente. Adriana Schmorak Leijnse |
R. Magrite, La mémoire, 1948
S. Dali, Mujer invisible, Caballo, Léon, 1930
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